17 de enero, San Antonio Abad.
Nació en Quemán, cerca de Menfis, en Egipto, sobre el 251, de familia con buenos recursos económicos. Sobre los veinte años perdió a sus padres, y escuchando las palabras de Cristo: "Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el Cielo, y luego vente conmigo" (Mt 19,11), decidió vender la mayor parte de sus bienes. Después, escuhando las palabras: "No os agobiéis por el mañana" (Mt 6), decidió vender lo poco que se había reservado, confió su hermana a unas vírgenes de su confianza, y emprendió una vida de ascetismo e intensa oración. Primero estuvo en una choza a las afueras de su pueblo, bajo la guía de un maestro espiritual. Allí trabajaba confeccionando cestas, cuerdas y esteras. Durante aquella época, los demonios le atacaban con tentaciones del mundo y de la carne.
Quince años después marchó al desierto, a una necrópolis abandonada, donde no tenía contacto con hombres. Allí vivió seis meses en una tumba oscura, donde los demonios se le aparecían con formas horrendas, y le daban palizas.
Después, a sus treinta y cinco años, se instaló en la fortaleza romana abandonada de Pispir, en la que atrancó las puertas para no ver a nadie. De tanto en cuanto le tiraban galletas por encima de la muralla. Tuvo visiones de ángeles y demonios.
Al cabo de veinte años permitió visitas para edificar espiritualmente a otros. Y muchos le imitaron, instalándose en ermitas cerca de él.
San Antonio decía que "los demonios son tiranos impotentes que ya han sido vencidos."
El 308, San Antonio, deseando el martirio y para confortar a los cristianos perseguidos, abandonó su soledad y fue a Alejandría, realizando exorcismos y curaciones milagrosas de enfermos.
El 311, acabada la cruel persecución del tirano Maximino, nuestro santo regresó al desierto. Más tarde se instaló en el monte Colzim, donde vivió los últimos quince años de su vida. En esta etapa es cuando realizó mayor número de milagros.
El 355, fue llamado por el obispo San Atanasio (el que después sería su biógrafo), para que le ayudara a defender la doctrina católica frente a la herejía arriana, y así lo hizo.
Vuelto a su retiro, siguieron los ataques demoníacos, pero también disfrutó de delicias como la contemplación de escenas celestiales (vio el Cielo habitado de ángeles, el tránsito de almas de fieles difuntos, escuchó conversaciones inenarrables, etc.)
Murió el 17 de enero del 356 a sus ciento cinco años.
Se le representa con una campana, porque los anacoretas las usaban para espantar a los demonios, ya que a esas criaturas infernales no les gusta el sonido de las campanas.
El demonio que odia y envidia lo bueno, no podía ver tal resolución en un hombre joven, sino que se puso a emplear sus viejas tácticas contra él. Primero trató de hacerlo desertar de la vida ascética recordándole su propiedad, el cuidado de su hermana, los apegos de su parentela, el amor al dinero, el amor a la gloria, los innumerables placeres de la mesa y de todas las cosas agradables de la vida. Finalmente le hizo presente la austeridad de todo lo que va junto con esta virtud, despertó en su mente toda una nube de argumentos, tratando de hacerlo abandonar su firme propósito.
Toda esa experiencia hizo avergonzarse al enemigo. En verdad, él, que había pensado ser como Dios, hizo el loco ante la resistencia de un hombre. El, que en su engreimiento desdeñaba carne y sangre, fue ahora derrotado por un hombre de carne en su carne. Verdaderamente el Señor trabajaba con este hombre, El que por nosotros tomó carne y dio a su cuerpo la victoria sobre el demonio. Así, todos los que combaten seriamente pueden decir: No yo, sino la gracia de Dios conmigo (1 Co 15:10).
Un día en que él salió, vinieron todos los monjes y le pidieron una conferencia. El les habló en lengua copta como sigue:
"Las Escrituras bastan realmente para nuestra instrucción. Sin embargo, es bueno para nosotros alentarnos unos a otros en la fe y usar de la palabra para estimularnos. Sean, por eso, como niños y tráiganle a su padre lo que sepan y díganselo, tal como yo, siendo el mas antiguo, comparto con ustedes mi conocimiento y mi experiencia.
Para comenzar, tengamos todos el mismo celo, para no renunciar a lo que hemos comenzado, para no perder el nimo, para no decir: "Hemos pasado demasiado tiempo en esta vida ascética." No, comenzando de nuevo cada día, aumentemos nuestro celo. Toda la vida del hombre es muy breve comparada con el tiempo que a de venir, de modo que todo nuestro tiempo es nada comparada con la vida eterna. En el mundo, todo se vende; y cada cosa se comercia según su valor por algo equivalente; pero la promesa de la vida eterna puede comprarse con muy poco. La Escritura dice: "Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil" (Sal 89:10). Si, pues, todos vivimos ochenta años o incluso cien, en la práctica de la vida ascética, no vamos a reinar el mismo período de cien años, sino que en vez de los cien reinaremos para siempre. Y aunque nuestro esfuerzo es en la tierra, no recibiremos nuestra herencia en la tierra sino lo que se nos ha prometido en el cielo. Más, aún, vamos a abandonar nuestro cuerpo corruptible y a recibirlo incorruptible (1 Co 15:42).
Así, hijitos, no nos cansemos ni pensemos que estamos afanándonos mucho tiempo o que estamos haciendo algo grande. Pues los sufrimientos de la vida presente no pueden compararse con la gloria separada que nos ser revelada (Rm 8:18). No miremos hacia a través, hacia el mundo, que hemos renunciado a grandes cosas. Pues incluso todo el mundo, y no creamos que es muy trivial comparado con el cielo. Aunque fuéramos dueños de toda la tierra y renunciaremos a toda la tierra, nada sería comparado con el reino de los cielos. Tal como una persona despreciaría una moneda de cobre para ganar cien monedas de oro, así es que el dueño de la tierra y renuncia a ella, da realmente poco y recibe cien veces más (Mt 19:29). Pues, ni siquiera, toda la tierra equivale el valor del cielo, ciertamente el que entrega una poca tierra no debe jactarse ni apenarse; lo que abandona es prácticamente nada, aunque sea un hogar o una suma considerable de dinero de lo que se separa.
Toni canta a Sant Antoni
No hay comentarios:
Publicar un comentario