Los Santos son los protagonistas de la Historia.

El Nombre que nos imponen cuando nos Bautizan, nos hace únicos, y es el que como hijos de Dios determina nuestra misión en la vida para proclamar la Buena Nueva.

viernes, 4 de agosto de 2023

SAN JUAN MARÍA VIANNEY (1786-1859) La misericordia y el celo por el bien de las almas son las mejores armas con las que un sacerdote puede contar.

 4 de Agosto

Hoy es San Juan María Vianney (1786-1859), patrono del clero. 


Nació el 8 de mayo de 1786, en Dardilly, Francia,  de una familia de campesinos, siendo bautizado el mismo día de su nacimiento.

En 1806, el cura de Ecully, M. Balley, abrió una escuela para aspirantes a eclesiásticos, y Juan Bautista María Vianney fue enviado a ella. Aunque era de inteligencia mediana y sus maestros nunca parecen haber dudado de su vocación, sus conocimientos eran extremadamente limitados, limitándose a un poco de aritmética, historia, y geografía, y encontró el aprendizaje, especialmente el estudio del latín, excesivamente difícil. Uno de sus compañeros, Matthias Loras, después primer obispo de Dubuque, le ayudaba en sus lecciones de latín.

Pero ahora se presentó otro obstáculo. El joven Vianney fue llamado a filas, al haber obligado la guerra de España y la urgente necesidad de reclutas a Napoleón a retirar la exención que disfrutaban los estudiantes eclesiásticos en la diócesis de su tío, el Cardenal Fesch. Matthieu Vianney intentó sin éxito procurarse un sustituto, de modo que su hijo se vio obligado a incorporarse. Su regimiento pronto recibió la orden de marchar. La mañana de la partida, Juan Bautista María fue a la iglesia a rezar, y a su vuelta a los cuarteles encontró que sus camaradas se habían ido ya. Se le amenazó con un arresto, pero el capitán del reclutamiento creyó lo que contaba y lo mandó tras las tropas. A la caída de la noche se encontró con un joven que se ofreció a guiarle hasta sus compañeros, pero le condujo a Noes, donde algunos desertores se habían reunido. El alcalde le persuadió de que se quedara allí, bajo nombre supuesto, como maestro. Después de catorce meses, pudo comunicarse con su familia. Su padre se enfadó al saber que era un desertor y le ordenó que se entregara pero la cuestión fue solucionada por su hermano menor que se ofreció a servir en su lugar y fue aceptado.

Juan Bautista María Vianney reanudó entonces sus estudios en Ecully. En 1812 fue enviado al seminario de Verrieres; estaba tan mal en latín que se vio forzado a seguir el curso de filosofía en francés. Suspendió el examen de ingreso al seminario propiamente dicho, pero en un nuevo examen tres meses más tarde aprobó. El 13 de Agosto de 1815 fue ordenado sacerdote por Monseñor Simon, obispo de Grenoble. Sus dificultades en los estudios preparatorios parecen haberse debido a una falta de flexibilidad mental al tratar con la teoría como algo distinto de la práctica - una falta justificada por la insuficiencia de su primera escolarización, la avanzada edad a la que comenzó a estudiar, el hecho de no tener más que una inteligencia mediana, y que estuviera muy adelantado en ciencia espiritual y en la práctica de la virtud mucho antes de que llegara a estudiarla en abstracto.

Fue enviado a Ecully como ayudante de M. Balley, quien fue el primero en reconocer y animar su vocación, que le instó a perseverar cuando los obstáculos en su camino le parecían insuperables, que intercedió ante los examinadores cuando suspendió el ingreso en el seminario mayor, y que era su modelo tanto como su preceptor y protector. En 1818, tras la muerte de M. Balley, Vianney fue hecho párroco de Ars, una aldea no muy lejos de Lyon. Fue en el ejercicio de las funciones de párroco en esta remota aldea francesa en las que el "cura de Ars" se hizo conocido en toda Francia y el mundo cristiano. Algunos años después de llegar a Ars, fundó una especie de orfanato para jóvenes desamparadas. Se le llamó "La Providencia" y fue el modelo de instituciones similares establecidas más tarde por toda Francia. El propio Vianney instruía a las niñas de "La Providencia" en el catecismo, y estas enseñanzas catequéticas llegaron a ser tan populares que al final se daban todos los días en la iglesia a grandes multitudes. "La Providencia" fue la obra favorita del "cura de Ars", pero, aunque tuvo éxito, fue cerrada en 1847, porque el santo cura pensaba que no estaba justificado mantenerla frente a la oposición de mucha buena gente. Su cierre fue una pesada prueba para él.

 
Pero la principal labor del Cura de Ars fue la dirección de almas. No llevaba mucho tiempo en Ars cuando la gente empezó a acudir a él de otras parroquias, luego de lugares distantes, más tarde de todas partes de Francia, y finalmente de otros países. Ya en 1835, su obispo le prohibió asistir a los retiros anuales del clero diocesano porque "las almas le esperaban allí". Durante los últimos diez años de su vida, pasó de dieciséis a dieciocho horas diarias en el confesionario. Su consejo era buscado por obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes y mujeres con dudas sobre su vocación, pecadores, personas con toda clase de dificultades y enfermos. En 1855, el número de peregrinos había alcanzado los veinte mil al año. Las personas más distinguidas visitaban Ars con la finalidad de ver al santo cura y oír su enseñanza cotidiana. El Venerable Padre Colin se ordenó diácono al mismo tiempo, y fue su amigo de toda la vida, mientras que la Madre Marie de la Providence fundaba las hermanas auxiliadoras de las ánimas del purgatorio por su consejo y con su constante aliento. Su dirección se caracterizaba por el sentido común, su notable perspicacia, y conocimiento sobrenatural. A veces adivinaba pecados no revelados en una confesión imperfecta. Sus instrucciones se daban en lenguaje sencillo, lleno de imágenes sacadas de la vida diaria y de escenas campestres, pero que respiraban fe y ese amor de Dios que era su principio vital y que infundía en su audiencia tanto por su modo de comportarse y apariencia como por sus palabras, pues al final, su voz era casi inaudible.

Los milagros registrados por sus biógrafos son de tres clases:

En primer lugar, la obtención de dinero para sus limosnas y alimento para sus huérfanos; en segundo lugar, conocimiento sobrenatural del pasado y del futuro; en tercer lugar, curación de enfermos, especialmente niños.

Para el Cura de Ars –se deduce de sus lecciones de catecismo– una buena confesión ha de ser humilde, sencilla, prudente y total. Hay que «evitar todas esas acusaciones inútiles, todos esos escrúpulos que hacen repetir cien veces lo mismo, que le hacen perder tiempo al confesor y ponen nerviosos a los que están esperando para confesarse». Hay que «confesar lo que es incierto como incierto, y lo que es cierto como cierto». Lo esencial es «evitar toda simulación: que vuestro corazón esté en vuestro labios. Podéis engañar a vuestro confesor, pero acordaros de que nunca engañaréis a Dios, que ve y conoce vuestros pecados mejor que vosotros». 


Él mismo pasaba poco tiempo con los que iban a arrodillarse ante su confesonario, para que hubiera tiempo para todos. Confesiones breves, pocas palabras. Y, sin embargo, todos los penitentes se sentían objeto de interés y solicitud especial, de una dedicación siempre atenta a aprovechar cualquier mínima apertura a la acción del Espíritu, que «como un jardinero no acaba nunca de trabajar la tierra» (Caratgé), también las de los corazones más endurecidos.

«Para mí», dice san Juan María respecto a la reparación que se ha de pedir a los penitentes, «le diré cuál es mi receta: doy a los pecadores una penitencia pequeña y el resto lo hago yo por ellos». Lo importante, dice el Cura de Ars, es tener por lo menos un poco de contrición de los pecados propios . Con una contrición perfecta somos perdonados «incluso antes de recibir la absolución». Por tanto «hay que dedicar más tiempo a pedir la contrición que a examinar los pecados ».


Para el Cura de Ars, la confesión es el don inimaginable que Dios saca por sorpresa para salvar a sus hijos en peligro: «Hijos míos, no se puede comprender la bondad que ha tenido Dios para instituir este gran sacramento. 

El mayor milagro de todos fue su vida. Practicó la mortificación desde su primera juventud, y durante cuarenta años su alimentación y su descanso fueron insuficientes, humanamente hablando, para mantener su vida. Y aun así, trabajaba incesantemente, con inagotable humildad, amabilidad, paciencia, y buen humor, hasta que tuvo más de setenta y tres años.

Murió en Ars el 4 de agosto de 1859, a sus 73 años, y su cuerpo se conserva incorrupto. 
 


El 3 de Octubre de 1874 Juan Bautista María Vianney fue proclamado Venerable por Pío IX y el 8 de Enero de 1905, fue inscrito entre los Beatos.
San Pío X lo propuso como modelo del clero parroquial, y en su fiesta se celebra el día del párroco.

De San Juan María Vianney se conservan 113 sermones que son muy edificantes.

 

 

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