Los Santos son los protagonistas de la Historia.

El Nombre que nos imponen cuando nos Bautizan, nos hace únicos, y es el que como hijos de Dios determina nuestra misión en la vida para proclamar la Buena Nueva.

martes, 12 de diciembre de 2023

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?

12 de diciembre, En la festividad de la Virgen de Guadalupe, recordamos la historia de las apariciones de la Santísima Virgen al indio Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, del siglo XVI.


México acababa de nacer para la verdadera religión gracias a la prédica de los españoles, cuando en 1531, el joven devoto San Juan Diego, estando en el campo, tuvo una visión de la Virgen Inmaculada, y la Señora le encargó que construyeran allí una iglesia, lo que el vidente comunicó al obispo Fray Juan de Zumárraga, quien con laudable prudencia pastoral, pidió algún signo para comprobar la veracidad del relato.

Un indito de nombre Juan Diego

Y sucedió, se lee en el Nican Mopohua, que había un indito, un pobre hombre del pueblo, de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuauhtitlán. 

Un sábado, a hora muy temprana, se encaminó a la ciudad de México para recibir la instrucción en la doctrina cristiana. Al pasar junto a un pequeño cerro llamado Tepeyac, oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros preciosos. Maravillado, aquel hombre creía hallarse en el paraíso. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito". Muy contento se dirigió a donde la voz procedía y vio a una noble Señora que allí estaba de pie y lo llamó para que se acercara a Ella. Llegando a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; y la piedra, el risco en el que estaba de pie, lanzaba rayos resplandecientes.

Juan Diego se postró y escuchó su palabra, sumamente agradable, muy cortés, como de quien lo atraía y estimaba mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?". Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatelolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor".

Enseguida, la Santísima Virgen comunicó a Juan Diego cuál era su voluntad: "Sabe y ten bien entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador de los hombres, del que está próximo y cerca, el Dueño del cielo, el Señor del mundo. Deseo vivamente que aquí me levanten un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa; porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya, y de todos vosotros que vivís unidos en esta tierra, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, que me invoquen, me busquen y en mí confíen; allí escucharé su llanto, su tristeza, para remediar y curar todas sus penas, miserias y dolores".

Después, Nuestra Señora le ordenó que se presentara ante el obispo fray Juan de Zumárraga, para hacerle saber su deseo y concluyó: "Y ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que has oído mi mandato, hijo mío, el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo".


Pero no fue creído el buen indio cuando reveló al prelado cuanto la Virgen le había dicho. Y muy compungido volvió al cerro de Tepeyac, para comunicar el fracaso de su embajada y pedir a la Santísima Virgen que enviara a alguien más digno: una persona principal y respetada a quien de seguro darían mayor crédito. Pero escuchó esta respuesta:

"Oye, hijo mío, el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad".

Confortado de este modo, reiteró Juan Diego su ofrecimiento de presentarse al obispo y así lo hizo al día siguiente. Después de ser interrogado, tampoco en esta ocasión fue creído. Fray Juan le pidió una señal inequívoca de que era la Reina del Cielo quien le enviaba. Juan Diego se presentó de nuevo a la Virgen en Tepeyac para dar sus explicaciones y la Señora le prometió entregarle una señal irrefutable al día siguiente.

¿Qué hay, hijo mío, el más pequeño? ¿A dónde te diriges?

Pero Juan Diego no volvió porque, al regresar a su casa, encontró a su tío Juan Bernardino en trance de muerte. Buscó un médico, pero ya era inútil. Transcurrió esa jornada, y al llegar la noche, su tío le rogó que buscara a un sacerdote para confesarse y bien morir. El martes de madrugada, se puso Juan Diego en camino y, al llegar cerca del cerro de Tepeyac, decidió dar un rodeo para evitar encontrarse con la Señora. En su ingenuidad, pensaba que si se demoraba no llegaría a tiempo de que un sacerdote confortara a su tío.


Pero la Virgen le salió al encuentro y tuvo lugar ese encantador diálogo, que nos ha transmitido con toda su frescura el Nican Mopohua: le dijo: "¿qué hay, hijo mío, el más pequeño? ¿A dónde te diriges?".

Juan Diego, confuso y temeroso, le devolvió el saludo: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, oh mi Señora y Niña mía?".

Y explicó humildemente por qué se había apartado de la misión recibida. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen:

"Oye y ten bien entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo y entre mis brazos? ¿Qué más has menester?".

Es bien conocido el desenlace de la historia: el prodigio de las rosas florecidas en la cumbre del cerro, que fueron depositadas en la tilma de Juan Diego por la Virgen, y llevadas a fray Juan de Zumárraga, como prueba de las apariciones; y como, al desplegar Juan Diego su tosca prenda, apareció la maravillosa imagen, no pintada por mano de hombre, que todavía hoy se conserva y venera.

 
El tío de Juan Diego sanó y vio a la Santísima Virgen, que le pidió fuera también él a ver al obispo para revelar lo que vio, y de qué manera milagrosa le había Ella sanado; y como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

La devoción a la Virgen de Guadalupe

Vivió Juan Diego hasta los setenta y cuatro años de edad, después de haber habitado cerca de tres lustros junto a la primera ermita construida para rendir culto a Santa María de Guadalupe. Falleció en 1548, al igual que obispo fray Juan de Zumárraga. El 31 de julio de 2002 tuvo lugar su canonización.

En poco tiempo, la devoción a la Virgen de Guadalupe se extendió de manera prodigiosa. Su arraigo en el pueblo mexicano es un fenómeno que no tiene fácil comparación; puede verse su imagen por todas partes y se cuentan por millones los peregrinos que acuden con una fe maravillosa a poner sus intenciones a los pies de la milagrosa imagen en su Villa de México.

Han pasado casi quinientos años del milagro, y aquel tejido burdo, que debería haberse deteriorado con tanto tiempo, se conserva indemne, a pesar de que estuvo más de un siglo a la intemperie sin ninguna protección. E incluso un día, un anarquista escondió una bomba en un ramo, y al estallar provocó destrozos alrededor de la tela, pero sin dañar la tilma.

La imagen que se aprecia no ha sido pintada (no hay colorante), y se desconoce cómo quedó grabada la imagen, siendo algo inexplicable para la ciencia.


La tela se mantiene a una temperatura constante de 36,5 °C, la misma que el cuerpo humano.

En los 7 mm que tiene la córnea, con un densitómetro, se aprecian doce figuras en su interior, que corresponden a San Juan Diego, al obispo, y a otras personas que estaban delante en el momento en que el indio enseñó las flores y se vio la imagen en la tilma. Incluso se aprecia una mujer de raza negra, lo cual sorprendió cuando se pudo ver, e investigando, se descubrió que una de las sirvientes del obispo era negra.
En aquel tejido existen, además, otras características que dejan perplejos a los científicos, todo lo cual confirma que en él, concurre algo sobrenatural. 

En toda América y en muchas otras naciones del mundo se invoca con fervor a la que por singular privilegio, en ningún otro caso otorgado, dejó su retrato como prenda de su amor.
Son muchos los milagros que se han logrado por la intercesión de la Virgen de Guadalupe, que es patrona de México, de América Latina, y de Filipinas. 




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