«Soy del Cielo»: el relato de Fátima
"El santuario de Fátima y el relato de las apariciones ha supuesto una ayuda para muchas personas. Este es el relato de las apariciones y de cómo san Juan Pablo II, san Josemaría y el beato Álvaro buscaron refugio en la Virgen acudiendo a la Capelinha".
El santuario de Fátima y el relato de las apariciones ha supuesto una
ayuda para muchas personas. Este es el relato de las apariciones y de
cómo san Juan Pablo II, san Josemaría y el beato Álvaro buscaron refugio
en la Virgen acudiendo a la Capelinha.
Lúcia –la mayor de los
videntes de Fátima– contaba sólo diez años cuando la Virgen apareció por
vez primera a los pastorcillos, el 13 de mayo de 1917; sus primos,
Jacinta y Francisco, tenían siete y ocho respectivamente. Esta aparición
había sido precedida por otra: la de un ángel, que en 1916 se les había
presentado tres veces, en el lugar llamado Loca do Cabeço,
denominándose a sí mismo, primero como el Ángel de la Paz, y más tarde
como el Ángel de Portugal.
La presencia del Ángel dejó una huella muy profunda en los niños. La
primera vez, el Ángel se arrodilló, e inclinándose hasta tocar el suelo
con la frente, repitió tres veces: «¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y
te amo! Te pido perdón por los que no creen, por los que no adoran, por
los que no esperan, ni te aman» [1].
Refiere
Sor Lúcia: «Nadie pensó hablar de esta aparición, ni recomendar secreto
a los demás; el silencio se imponía por sí mismo. Era una gracia tan
íntima, que no era fácil decir de ella la menor palabra. De ahí en
adelante, los niños, siempre que podían sin que los viesen, repetían la
oración tal y cómo habían visto hacer al Ángel».
"En el centro de una gran aureola de luz que los envolvió, vieron a una hermosa Señora, más resplandeciente que el sol"
El
año 1917 fue especial. Europa estaba en guerra. El domingo 13 de mayo,
en un lugar escondido de la Serra do Aire, en el centro de Portugal,
tres niños salían con sus rebaños, después de haber asistido a la Santa
Misa. Se dirigieron hacia los pastos de Cova da Iria. Empujaron el
rebaño hacia la parte alta de la propiedad, sobre la cima de la colina.
Allí, sin perder de vista a las ovejas, se pusieron a jugar a albañiles,
uno de sus pasatiempos preferidos. Esa vez, se trataba de levantar una
cerca protectora, alrededor de una hermosa mata de brezo blanco, del que
sus padres podrían hacer escobas. Era mediodía. De pronto, ante ellos, y
sobre una carrasca, en el centro de una gran aureola de luz que los
envolvió, vieron a una hermosa Señora, más resplandeciente que el sol.
– «¿De dónde sois, Señora?»
– «Soy del Cielo».
Así empezó la primera conversación entre la Virgen y Lúcia.
Entre
mayo y octubre se sucedieron seis apariciones de la Virgen. Les pidió
que se rezase el Rosario todos los días, y que se hiciera penitencia.
Este último ruego impresionó tanto a los niños, que buscaban modos de
hacer penitencia y aprovechaban todos los pequeños sacrificios que se
les presentaban.
En la tercera aparición, el 13 de julio, la
Virgen pidió la consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado –aquellos
niños campesinos ignoraban el significado de la palabra Rusia– y
la Comunión reparadora de los primeros sábados. «Si esto no se hace,
Rusia propagará sus errores por el mundo (...), algunas naciones serán
aniquiladas. Portugal conservará siempre la Fe». Fue en esta aparición
cuando la Virgen indicó: «Cuando recéis el Rosario, al final de cada
decena, decid: ¡Oh, Jesús mío! Perdonadnos, libradnos del fuego del
infierno; lleva al Cielo a todas las almas y socorre principalmente a
las más necesitadas».
En la última aparición, el 13 de octubre, la Señora les dijo:
– «Soy la Virgen del Rosario. Deseo que en este lugar se levante una capilla en mi honor».
Por sexta vez recomendó que se continuara rezando el Rosario todos los días.
La
primera capilla que se edificó fue destruida poco tiempo después por
anarquistas, que también quemaron la encina sobre la que se posó la
Virgen. La Capelinha que actualmente alberga la imagen de Nuestra Señora ocupa el sitio de la carrasca.
Como la Virgen les había anunciado, en la aparición del 13 de octubre tuvo lugar el milagro del sol, presenciado por unas setenta mil personas, que habían a acudido a la Cova da Iria, y publicado con detalle en la prensa.
Llovía
torrencialmente. De pronto, cesó la lluvia y las nubes, negras desde la
mañana, se disiparon. El sol apareció en el cénit como un disco de
plata que podían mirar los ojos sin deslumbrarse. Alrededor del disco
mate se distinguía una brillante corona. De improviso, se puso a
temblar, a sacudirse con bruscos movimientos y, finalmente, dio vueltas
sobre sí como una rueda de fuego, proyectando en todas direcciones unos
haces de luz cuyo color cambiaba muchas veces.
Ese mismo mes estallaba la revolución bolchevique en Rusia.
Una devoción multisecular y un mensaje universal
La
devoción a la Virgen tiene en estas tierras antecedentes
multiseculares. Desde finales del siglo X, las regiones entre los ríos
Douro y Vouga aparecen con el nombre de Terra de Santa Maria,
denominación que más tarde se extiende a todo Portugal. Desde tiempos
remotos, se multiplican las advocaciones de Nuestra Señora.
El 13
de agosto de 1385, el Condestable don Nuno Álvares Pereira, más tarde
San Nuno de Santa María, había invocado solemnemente la protección de
María en los parajes de Fátima, que quedaron ya desde entonces bajo la
especial custodia de Nuestra Señora. A partir del 13 de mayo de 1917,
ese lugar está indisolublemente unido a la Virgen del Rosario, como
lugar de oración y penitencia.
El mensaje de Fátima contiene un
aspecto de exigencia cristiana universal: es necesario desagraviar al
Señor por todos los pecados cometidos, hacer penitencia, rezar el
Rosario, difundir la devoción al Corazón Inmaculado de María, y rezar
mucho por el Papa. También incluyó algunas revelaciones particulares de
la Virgen:
– «La guerra pronto terminará pero, si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI, comenzará otra peor».
– «Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los primeros sábados».
– «Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas».
"Jacinta y Francisco, tal y como la Virgen les había anunciado, se fueron al Cielo poco después de las apariciones"
Los
tres niños tuvieron la visión del infierno: «Nuestra Señora nos mostró
un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumergidos
en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas
transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en
el incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían,
juntamente con nubes de humo que caían hacia todos los lados, parecidas
al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin equilibrio ni peso,
entre gritos de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaban y
hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas
horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero
transparentes y negros».
Con las apariciones de la Virgen creció
visiblemente la devoción popular a Nuestra Señora. Durante el mes de
mayo, los caminos de Portugal convergen en Fátima; entre mayo y octubre,
la afluencia a la Cova da Iria los días 12 y 13 de cada mes alcanza
proporciones enormes; las carreteras se llenan de peregrinos, no sólo
portugueses, sino de todas partes del mundo.
Jacinta y Francisco,
tal y como la Virgen les había anunciado, se fueron al Cielo poco
después de las apariciones. Lúcia, siguiendo el deseo expreso de la
Virgen, aprendió a leer y a escribir, y en 1926 ingresó en la
Congregación de las Doroteas, en la ciudad de Oporto. Más tarde,
entraría en el Carmelo de Coimbra.
Como había pronosticado Santa
María, empezó la Segunda Guerra Mundial, más violenta que la primera.
Portugal, seguramente por gracia de la Virgen, quedó al margen de la
contienda. El 31 de octubre de 1942, el Papa Pío XII consagró el mundo
al Corazón Inmaculado de María.
San Josemaría, en Fátima
En 1945, el mismo año del fin de la guerra, en Tuy, san Josemaría Escrivá de Balaguer se encontró con sor Lúcia por primera vez:
–
«Hermana Lúcia —fue su saludo—; si usted, que recibió tantas gracias de
Dios, y yo, que también recibo tantas gracias de Dios, no somos fieles,
¡la hacemos buena! ¡Podemos no ir al Cielo!»
–«También yo he pensado en eso muchas veces», fue la respuesta humilde de la vidente.
San Josemaría visitó el 6 de febrero de 1945 a Olimpia de Jesús, la madre de Jacinta y Francisco.En 1945 el fundador del Opus Dei regresó a Portugal otras dos veces:
en junio y en septiembre. El 5 de febrero de 1946, precisamente un año
después de su primer viaje, llegaron los primeros fieles del Opus Dei a
Coimbra, donde se puso el primer sagrario de la Obra en ese país. Volvió
san Josemaría a Portugal en octubre de 1948; residió unos días en
Coimbra y el día 15 se dirigió a Fátima para rezar en la Capelinha.
Volvería en marzo de 1949... A lo largo de los años, san Josemaría
acudió 13 veces a este lugar.
Por ejemplo, en 1951, en medio de
contradicciones para los apostolados del Opus Dei, san Josemaría
recorrió varios santuarios marianos. En enero fue a Fátima y regresó de
nuevo en octubre, después del primer Congreso General de la Obra; el día
19 de ese mes, renovó en la Capelinha la consagración al Corazón
Dulcísimo de María, que había hecho en Loreto, el 15 de agosto de ese
mismo año. Desde allí envió una tarjeta postal a sus hijos e hijas que
ya estaban en diversos países del mundo con la jaculatoria: Cor Mariæ dulcissimum, iter para tutum!
(Corazón Dulcísimo de María, prepara el camino seguro) que repetía
desde meses atrás. Como siempre que acudía a Portugal, visitó a la
Hermana Lúcia en el Carmelo de Coimbra.
El 9 de mayo de 1967, en
vísperas de la peregrinación del Papa Pablo VI al Santuario de Fátima,
con motivo del 50º aniversario de las apariciones, fue a rezar ante la
Virgen. Allí admiró las manifestaciones penitentes de tantos grupos que
caminaban a lo largo de la carretera, bajo la lluvia, en dirección a
Cova da Iria. A su regreso, comentaría:
– «Este país se está
renovando en la fe en Jesucristo y en su Madre bendita. Me conmovieron
esas multitudes que vi en los caminos: hombres, mujeres y niños, yendo
por las carreteras hacia Fátima, en penitencia. Se me escapaba la mano
para bendecirles, y les decía: Dios os bendiga, por el amor que tenéis a
su Madre»[2].
En
el otoño de 1968 y en la primavera de 1969, san Josemaría recorrió
diversos santuarios marianos de Italia, España, Francia, Suiza. Y el 14
de abril de 1970, llegó de nuevo a Fátima. Recordando aquella ocasión,
comentaría más tarde:
– «Yo voy mucho a Fátima y a otros
Santuarios marianos de Europa y de América, porque tengo la alegría de
amar a Santa María y a esta tierra de Santa María que es Portugal. Pues
el mejor piropo que me han dicho, me lo hizo un hijo mío portugués que
me vio rezando el rosario en Fátima. Me escribió diciendo: "Padre, me ha
dado mucha alegría verle rezar el rosario, porque besa las medallas
como las viejas". ¿Has visto? Me puse contento porque me dijeron que
parecía una vieja, una de esas abuelitas maravillosas, llenas de piedad,
de sentido sobrenatural, que saben que esta vida no tiene demasiada
importancia, y están amando la otra»[3].
«Mira,
hija mía, repito a la Virgen muchas veces al día, con tonos diferentes
(...): ¡Madre, Madre mía! Se lo digo a Nuestra Señora de Fátima» (San
Josemaría)
En noviembre de 1972, durante su estancia en
Portugal con motivo de su catequesis por la península Ibérica, en una
tertulia le preguntaron:
– «Padre, ¿puedo hacerle una pregunta
impertinente? ¿Cuál es la jaculatoria que el Padre está repitiendo ahora
con más frecuencia?»
– «Los demás no se enteran, porque ellos no
son tan impertinentes. Mira, hija mía, repito a la Virgen muchas veces
al día, con tonos diferentes –unos de petición de ayuda, otros de
agradecimiento, siempre de Amor–: ¡Madre, Madre mía! Se lo digo a
Nuestra Señora de Fátima»[4].
El
2 de noviembre de 1972, mientras con profundo recogimiento rezaba el
Rosario en Fátima, se vio acompañado por varios centenares de personas,
que se unían a su oración. Fue la última vez que estuvo en el lugar de
las apariciones.
La devoción del beato Álvaro a la Virgen de Fátima
El 13 de mayo de 1979, durante una tertulia en Roma, contó el beato Álvaro:
–
«Nuestro Fundador atravesó Portugal en muchas ocasiones y siempre,
aunque tuviera que desviarse de la dirección que llevaba, procuraba
pasar por Fátima. Cuando era más joven y viajaba con frecuencia por la
noche –luego dejó de hacerlo–, llegábamos a veces a Fátima alrededor de
las doce de la noche; y allí, junto a la Capelinha, nos arrodillábamos y
rezábamos las Preces»[5].
Y en 1985, estando en el Santuario, comentó:
–
«Fátima es un tesoro para toda la Iglesia. No es un lujo, porque está
todo hecho con mucha dignidad y sin ostentación. Pero es un tesoro: aquí
los corazones y las almas se esponjan, aquí se palpa la Iglesia, se
siente la presencia de la Santísima Virgen. Es algo que no se puede
explicar, pero aquí se nota que la oración de Nuestra Señora es muy
eficaz»[6].
La caída del muro
El 13 de mayo de 1981, el
Papa Juan Pablo II sufrió un grave atentado en la Plaza de San Pedro. En
esa misma fecha, un año después, viajó a Portugal para agradecer a la
Virgen su protección y renovó la consagración del mundo al Inmaculado
Corazón de María.
– «Este mundo de los hombres y de las naciones
también yo lo tengo delante de los ojos, hoy en el momento en que deseo
renovar la entrega y la consagración hecha por mi predecesor en la Sede
de Pedro: el mundo del Segundo Milenio que está casi finalizando, el
mundo contemporáneo, nuestro mundo de hoy»[7].
El
domingo 25 de marzo de 1984, poco antes de clausurar el Año Jubilar de
la Redención, san Juan Pablo II decidió renovar otra vez la consagración
del mundo al Corazón Inmaculado de María.
Paralelamente a la
consagración del mundo a la Virgen, en la Plaza de San Pedro, se realizó
el Jubileo de las Familias, con una Misa celebrada por el Papa y
presidida por la imagen de la Virgen de Fátima, colocada a la izquierda
del altar. El Santo Padre ofreció al Santuario de Fátima la bala que le
habían extraído del cuerpo durante la intervención quirúrgica sufrida
después del atentando. Se colocó en la corona que la Virgen luce en días
señalados, en medio de perlas y piedras preciosas.
A lo largo del
siglo XX los católicos de Europa han acudido especialmente a la Virgen
de Fátima para encomendarle la paz y la reconciliación en el continente.
En
octubre de 1945, pocos meses después de finalizar la segunda Guerra
Mundial, un párroco de Berlín gestionó que la imagen peregrina de
Nuestra Señora de Fátima recorriese algunas capitales del Oriente de
Europa. La imagen inició su periplo el 13 de mayo de 1947, pero debido a
las patrullas que prohibían acercarse a la zona comunista se vio
obligada a regresar.
En 1978, se intentó nuevamente el viaje. La
imagen pasó por Hungría, sobrevoló Checoslovaquia, y estuvo en Polonia,
en el Santuario de la Virgen de Czestochowa. El 8 de mayo, víspera del
trigésimo tercer aniversario del tratado que había determinado el
aislamiento de la parte oriental de Berlín, llegó junto al telón de
acero. En ese mismo año, fue llamado a la cátedra de Pedro en Roma un
Papa venido del Este Europeo.
Pasaron los años, y el 9 de
noviembre de 1989 cayó el muro que desde agosto de 1961 había causado
tanto sufrimiento. En su carta de enero de 1990, el beato Álvaro habló
de estos acontecimientos:
- «Todo tiene su hora. Ya veis lo que
está sucediendo en los países de la Europa oriental. Regímenes que
habían pretendido cerrar férreamente sus puertas a Dios, hoy parecen
abrirse a la libertad y, en consecuencia, a la acción evangelizadora.
Son acontecimientos en los que se toca la Providencia de Dios y el amor
maternal de nuestra Madre la Virgen»[8].
«A mí personalmente me fue dado a comprender, de modo particular, el mensaje de Nuestra Señora de Fátima» (Juan Pablo II)
Cuatro
años más tarde, el 13 de junio de 1994, durante un acto con motivo de
la preparación del gran Jubileo del Año 2000, delante del Colegio
Cardenalicio, decía san Juan Pablo II: «A mí personalmente me fue dado a
comprender, de modo particular, el mensaje de Nuestra Señora de Fátima:
la primera vez, el día 13 de mayo de 1981, en el momento del atentado a
la vida del Papa; después, al final de los años ochenta, con ocasión de
la derrota del comunismo en los países del bloque soviético. Pienso que
se trata de una experiencia bastante transparente para todos. Tenemos
confianza en que la Virgen Santa, que camina delante del Pueblo de Dios
peregrino a través de la historia, nos ayudará a superar las
dificultades que, después de 1989, no han dejado de modo alguno de estar
presentes en las naciones de Europa y de otros continentes»[9].
El
13 de agosto de ese año fue inaugurado delante de la Capelinha un
Monumento de la Paz, constituido por un trozo del muro de Berlín.
Anteriormente, se había ofrecido al Papa un rosario hecho con trozos de
cemento de esa pared. El rosario se ha quedado en el Santuario, para
perpetuar el recuerdo de aquellos cambios históricos en Europa oriental.
Posteriormente,
Fátima volvió a ser escenario de acontecimientos importantes: el 13 de
mayo de 2000, san Juan Pablo II beatificó allí a Francisco y Jacinta, y
renovó su gratitud hacia la Virgen por la protección que le había
dispensado durante su pontificado. Al final de esa misma ceremonia, se
hizo público el tercer secreto revelado por la Virgen a los
pastorcillos, durante la aparición del 13 de julio de 1917. A instancias
del Obispo de Leiria, sor Lúcia lo había relatado por escrito en Tuy,
el 3 de enero de 1944:
- «Hemos visto al lado izquierdo de Nuestra
Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la
mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar
el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra
Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel
señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz:
¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en una inmensa luz qué es
Dios: «algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando
pasan ante él» a un Obispo vestido de Blanco «hemos tenido el
presentimiento de que fuera el Santo Padre». También a otros Obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya
cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de
alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella,
atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso
vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los
cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte,
postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo
de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y
del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos, sacerdotes,
religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres
de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había
dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en
las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las
almas que se acercaban a Dios»[10].
En
el comentario teológico que acompañó la publicación de este texto, el
Card. Ratzinger interpretaba que la figura del Obispo vestido de blanco
subiendo hacia la Cruz era una representación simbólica de los Papas que
guiaron a la Iglesia durante el siglo XX, una época de mártires. Y,
refiriéndose a san Juan Pablo II, se preguntaba: «¿No podía el Santo
Padre, cuando después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar
el texto de la tercera parte del “secreto”, reconocer en él su propio
destino? Había estado muy cerca de las puertas de la muerte y él mismo
explicó el haberse salvado, con las siguientes palabras: “...fue una
mano materna la que guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizante
se paró en el umbral de la muerte” (13 de mayo de 1994). Que una “mano
materna” haya desviado la bala mortal muestra sólo una vez más que no
existe un destino inmutable, que la fe y la oración son poderosas, que
pueden influir en la historia y, que al final, la oración es más fuerte
que las balas, la fe más potente que las divisiones»[11].
El
13 de febrero de 2005, sor Lúcia falleció en el Carmelo de Coimbra,
después de una larga vida dedicada a difundir el mensaje de Fátima. Sus
restos mortales reposan ahora, junto a los de Francisco y Jacinta, en la
basílica del Santuario. Pocas semanas más tarde, el 2 de abril de ese
mismo año, el Señor llamó consigo a san Juan Pablo II.
Fátima, altar do mundo
Fátima, altar do mundo,
es una expresión corriente en Portugal. En Fátima concurren todos los
caminos del mundo. Allí, como san Josemaría –el primer peregrino a este
santuario que ha subido a los altares–, van también hoy la mente y el
corazón de tantos cristianos a rezar a la Virgen. Mons. Javier
Echevarría, durante una de sus estancias en Fátima, animaba a ponerse
bajo la protección maternal de María Santísima en todas las
circunstancias de la vida:
«Madre, ¡qué bien se está junto a ti!
¡Qué serenidad se siente en el alma pensando en que tú nos conoces, que
tú nos entiendes, que tú nos ayudas, y que tú vas a presentar ante Dios
nuestras necesidades muchísimo mejor de como lo podamos hacer cada uno
de nosotros! Recurrimos a ti que eres la Omnipotencia Suplicante»[12].
E. Gil
Artículo publicado originalmente en 2017.
Para ver más datos y vídeos ir a: https://opusdei.org/es/article/virgen-de-fatima-como-los-antiguos-romeros/?fbclid=IwAR0IsqqRxcbfyHEqcj_yUsWMwYOTFnaWwYZYqt-wkobf2HvpGEvMOaWxF-8