Los Santos son los protagonistas de la Historia.

El Nombre que nos imponen cuando nos Bautizan, nos hace únicos, y es el que como hijos de Dios determina nuestra misión en la vida para proclamar la Buena Nueva.

miércoles, 31 de mayo de 2023

LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN A SU PRIMA SANTA ISABEL

 31 de Mayo 2023
Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres. 

Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-45
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Oración introductoria
«Dichosa tú, que has creído». María fue llamada dichosa, no por el hecho de ser Madre de Dios, sino por su fe. Ven, Espíritu Santo, para que esta oración aumente mi fe en el amor y en el poder de Dios, y sepa entregarme con amor y sin reservas a mi misión.

Petición
María, Madre mía, ayúdame a imitarte hoy en el servicio a los demás.
“Vuelve tus ojos a la Virgen y contempla cómo vive la virtud de la lealtad. Cuando la necesita Isabel, dice el Evangelio que acude «cum festinatione», —con prisa alegre”.

Meditación del Papa Francisco

Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera “escuela” de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mama?. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.

Después de llegar al mundo, permanecemos en un “seno”, que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el “lugar donde se aprende a convivir en la diferencia”: diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida.  (Mensaje de S.S. Francisco, 23 de enero de 2015).

Reflexión
El evangelio de San Lucas nos narra el Anuncio del ángel a María como "de puntillas", con gran respeto, venerando a los protagonistas de este diálogo único. Hoy, sin embargo, asistimos a aquella "segunda anunciación". La que el Espíritu Santo revela a santa Isabel en el momento de reconocer en María a la Madre de su Señor. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres, y lo hacen con una naturalidad sorprendente. Por su parte, María, la llena de gracia, no sólo no se queda ociosa en su casa. Ser Madre de Dios no desdice un ápice de su condición de mujer humilde, de modo que va en ayuda de su prima. Isabel, por su parte, anuncia, inspirada por el Espíritu, una gran verdad: la felicidad está en el creer al Señor.

Cuando alguien se profesa cristiano, su fe y su vida; lo que cree y cómo lo vive, son dos esferas que están íntimamente unidas. Quien piense que "creer" es sólo profesar un credo religioso, adherir a una religión o a unos dogmas, quizás tiene una pobre visión del término. Porque cuando se cree de verdad se empieza a gustar las delicias con que Dios regala a las almas que le buscan con sinceridad. La pedagogía de Dios es tan sabia que sabe impulsarnos, dándonos a saborear su felicidad, -que es inmensa e incomparable-, cuando somos fieles. Es un gozo que, sin casi quererlo, nos lleva a más, nos invita a entregarnos con más generosidad a la realización de un plan que va más allá de nuestra visión humana. Isabel reconoce en su prima esa felicidad porque ha creído, pero además porque en consecuencia, su vida ya no respondía a un plan trazado por ella, sino por su Señor. Ella estaba también encinta ¿por qué era necesario un viaje en las condiciones de aquel tiempo...?

Preguntémonos, si hoy queremos ser felices, ¿cómo va mi fe en la presencia de Dios en mi vida? Si lucho por aceptarla y vivirla ya tengo el primer requisito para mi felicidad. Aunque tenga que trabajar y sufrir, sabré en todo momento que Dios está a mi lado, como lo estuvo de María y de Isabel.

Propósito
Vivir hoy con la resolución de servir, por amor, a las personas con las que convivo.

 Fuentes: https://es.catholic.net/op/articulos/11747/cat/504/la-visita-de-la-virgen-a-su-prima-isabel.html#modal

 

martes, 30 de mayo de 2023

SAN FERNANDO

30 de mayo, San Fernando. 

      Nació el 5 de agosto de 1199 en la hospedería del monasterio cisterciense de Ntra. Sra. de Valparaíso, en Zamora,  (desaparecido tras el latrocinio de Mendizábal de 1835), en fecha de 5 de agosto de 1199 o el 24 de junio de 1201. Era primo de San Luís, Rey de Francia.

     Hijo de Don Alfonso IX, Rey de León y de Doña Berenguela, hija del Rey de Castilla. Como Don Alfonso era tío carnal de Doña Berenguela, el Papa Inocencio III declaró nulo el matrimonio, y en 1204 Don Fernando quedó con su padre en la corte leonesa, mientras sus cuatro hermanos quedaron con su madre en la corte castellana.

     Tras la muerte del Rey de Castilla Alfonso VIII, accedió al trono el niño Enrique I, quedando Doña Berenguela como regente, y tras la muerte del niño, en 1217, San Fernando huyó de León  para ser investido Rey de Castilla con el nombre de Fernando III. Por aquel tiempo hubo hostilidades de parte del Reino de León, aunque San Fernando no quiso combatir contra su padre, y finalmente llegaron a un pacto de amistad en 1218.

      En 1219, San Fernando contrajo matrimonio con Beatriz de Suabia, hija de Federico II de Alemania, con la que tuvo ocho hijos.

     Tras la muerte de Alfonso IX, San Fernando fue coronado Rey de León en 1230, unificando ambos reinos (que habían sido divididos cuando Alfonso VII los repartió entre dos hijos).

   Tras enviudar, en 1237 contrajo matrimonio con Juana de Ponthieu con la que tuvo cinco hijos.

   San Fernando fue muy piadoso y gran devoto de la Virgen María. Rezaba cada día el oficio parvo. Recibía a los pobres a quienes sentaba en su mesa. Practicó una egregia resignación cristiana,  conformándose en todo con la voluntad de Dios.

     Fundó la Universidad de Salamanca, y promovió la construcción de las espléndidas catedrales góticas de Burgos y León, colaborando en la erección de las catedrales de Toledo, Valladolid, y Osuna. También construyó iglesias, conventos y hospitales. Estableció el castellano como idioma oficial en sustitución del latín. Auspició un tratado de derecho sobre los deberes del buen gobernante, inspirado en las virtudes cristianas.
  
     Promovió la gloriosa reconquista para liberar territorios invadidos por los musulmanes, recuperando los reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla, lo que quedaba de Badajoz, y el reino de Murcia. 

      Con su reinado, se consolida la unión dinástica de los dos reinos históricos de Castilla y León, uniéndose ambos en un mismo reino (Corona de Castilla) que seguiría avanzando en la Reconquista hacia el sur peninsular, especialmente la zona del Valle del Guadalquivir.

    
     De esta forma, Fernando III, aprovechando las disonancias internas del reino almohade en Al-Andalus (que incluso provocarían la disgregación de las llamadas “Terceras Taifas”) se lanzó con arrojo a la conquista del sur peninsular, enlazando una gran cantidad de victorias consecutivas en todas sus acometidas: Baeza (1227), Córdoba (1236), Jaén (1246) y por fin su conquista más preciada, la ciudad de Isbilyah (Sevilla), joya y capital del imperio almohade, que conquista en 1248 acompañado de figuras como Ramón de BonifazGarci Pérez de Vargas, o de Pelay Pérez y Correa, entre otros.

     Sus enfrentamientos tuvieron por fin, liberar a España de la esclavitud en la que la tenían los moros, y por ende liberar también a la religión católica del dominio árabe.

     Como todos los santos fue mortificado y penitente, y su mayor penitencia consistió en tener que sufrir 24 años en guerra incesante por defender la patria y la religión.

     En sus cartas se declaraba: "Caballero de Jesucristo, Siervo de la Virgen Santísima, y Alférez del Apóstol Santiago. El Papa Gregorio Nono, lo llamó: "Atleta de Cristo", y el Pontífice Inocencio IV le dio el título de "Campeón invicto de Jesucristo".

    Propagaba por todas partes la devoción a la Santísima Virgen y en las batallas llevaba siempre junto a él una imagen de Nuestra Señora. Y le hacía construir capillas en acción de gracias, después de sus inmensas victorias. Este gran guerrero logró libertar de la esclavitud de los moros a Ubeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla. Para agradecer a Dios tan grandes victorias levantó la hermosa catedral de Burgos y convirtió en templo católico la mezquita de los moros en Sevilla. 

    También trabajó en una cruzada para conquistar territorios del Norte de África, aunque esa labor la desarrollaría, tras su muerte, su hijo Alfonso X el Sabio.

     Ya moribundo, San Fernando recibió con gran fervor el viático, echándose una soga al cuello e hiriéndose el pecho. Tras dar piadosos consejos a su hijo heredero, falleció el 30 de mayo de 1252 en Sevilla.

     No cabe ninguna duda, pues todas las fuentes lo confirman y coinciden, en que fue un rey piadoso, benigno y compasivo. De profundas raíces cristianas, jamás fue altivo ni arrogante, sino que hizo de la humildad y de la obediencia su razón de ser. Tanto es así que ni en su coronación como Rey de Castilla organizó celebraciones, ni para su sepulcro quiso estatuas ni adornos.
    
     De esta forma, en el año 1671 fue canonizado por el Papa Clemente X. Los años anteriores a esta canonización, se tuvo que proceder a una larguísima búsqueda por toda la ciudad de imágenes del rey que acreditaran su fama de santidad. Como curiosidad, de esta labor se encargó ni más ni menos que el mismísimo Bartolomé Esteban Murillo, que en 3 años de búsqueda por toda la ciudad reunió tal cantidad de imágenes que se atestiguó la fama de santidad del rey a los ojos del Papa.


miércoles, 24 de mayo de 2023

MARÍA AUXILIADORA

 24 de mayo, La Virgen María, Auxilio de los Cristianos.


Santísima Virgen, Madre de Dios, yo aunque indigno pecador postrado a vuestros pies en presencia de Dios omnipotente os ofrezco este mi corazón con todos sus afectos. A vos lo consagro y quiero que sea siempre vuestro y de vuestro hijo Jesús.
Aceptad esta humilde oferta vos que siempre habéis sido la auxiliadora del pueblo cristiano.

DATOS HISTÓRICOS

1.- Orígenes

El nombre de Auxiliadora se le daba ya en el año 1030 a la virgen María, en Ucrania (Rusia), por haber liberado aquella región de la invasión de las tribus paganas. Desde entonces en Ucrania se celebra cada año la fiesta de María Auxiliadora el 1ro de octubre.

Se tiene constancia de que hacia el año 1558 ya figuraba en las letanías que se acostumbraban recitar en el santuario de Loreto Italia.

2.- Victoria de 1571

Este año los turcos amenazaban con invadir Europa entera. El 7 de octubre, con auxilio de María, la flota naval de Juan de Austria venció a las naves turcas en Lepanto. San Pío V consagra este día a Santa Maria de la victoria y del rosario y la invocación. "María Auxiliadora de los Cristianos" se difunde entre el pueblo.

3.- Las guerras religiosas del siglo XVI

El centro de expansión , de este titulo, radicó en Alemania meridional, que, a pesar del triunfo protestante, se propusieron mantenerse fieles al catolicismo. En 1618 estallan las guerras de religión conocidas como "guerras de los 30 años". Los príncipes católicos y el pueblo comenzaron a invocar a la virgen Sma. Con el titulo de "María Auxiliadora" y acudieron en peregrinación  a una capilla que, con esta denominación se había levantado a la Virgen en la ciudad de Passau ( Alemania). En medio de las mil vicisitudes de la guerra, de la peste y del enfrentamiento religioso, los católicos de Baviera y del Tirol se sintieron protegidos por la Sma. Virgen y experimentaron una renovación espiritual.

Este movimiento mariano estuvo alentado y guiado por los Padres Capuchinos y por la Cofradía de María Auxiliadora, promotora de la nueva devoción mariana. En ella muchos creyeron encontrar un medio seguro para salvar su Fe católica y la libertad de sus tierras.

4.- Los turcos atacan Viena (1683)

Junto a las convulsiones religiosas y sociales provocadas en el centro de Europa por la crisis protestante, surgió el ímpetu del Islam. En 1683 los turcos, capitaneados por el visir Kará Mustafá, ponen sitio a Viena, capital del impero. El Papa Inocencio XI vio entonces en serio peligro la existencia de una Europa cristiana; los creyentes acudieron a la protección de la Virgen María. " La invocación "María, ayuda" (María hilf), afirma un historiador, recorrió todas las regiones  de Alemania y Austria".

La victoria fue para las fuerzas cristianas, aunque las islámicas eran tres veces superiores. Viena quedó liberada. Una vez mas los pueblos experimentaron la ayuda de la virgen María Auxiliadora.

5.- Pío VII y Napoleón Bonaparte (1814)

El poder había desubicado  a Napoleón Bonaparte que quería imponer al Papa caprichos egoístas a los que el Papa se rechazo por lo que Napoleón invadió Italia y llevó al destierro al Papa Pío VII durante 5 años, el pontífice imploraba el auxilio de María, invitando al mismo tiempo a los cristianos a encomendarse a ella. El emperador francés fue derrotado, entonces Pío VII se vio libre y pudo encaminarse hacia la ciudad de Roma, donde, en medio de una alegría general entró el día 24 de mayo de 1814. El Papa atribuyo aquella liberación propia y de la iglesia entera a la protección de la Virgen y, en consecuencia, instituyo la fiesta litúrgica de María Auxiliadora.

6.- María Auxiliadora y Don Bosco (1862)

María Auxiliadora persigue a Don Bosco. Nace en 1815, año en que por primera vez se celebra litúrgicamente la fiesta de María Auxiliadora. No muy lejos del lugar de su nacimiento, en Mórense , existe una ermita dedicada a María Auxiliadora. En Turín encontrara esa advocación, en la iglesia de San Francisco de Paula había una imagen y una asociación en su honor, inspirada en otra existente en Munich.

En 1848 se encuentran ya colocadas en la mesa de trabajo de Don Bosco algunas estampas con el titulo "Auxiliadora de los cristianos". Pero sera exactamente en 1862, en plena madurez de Don Bosco, cuando este hace la opción mariana definitiva. Le dice al Joven salesiano Juan Cagliero:

"La Virgen quiere que la honremos con el titulo de Auxiliadora, los tiempos que corren son difíciles y tenemos la necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y a defender la Fe cristiana".

En 1863, no sin graves dificultades , Don Bosco comienza la construcción de la hoy Basílica de María Auxiliadora con apenas con un capital de cuarenta centavos. Cinco años mas tarde el 9 de junio de 1868 se consagró el templo ya terminado.

7.- María Auxiliadora en México (1889)

El Sr. Edith Borrel, formaba parte del Círculo Católico Mexicano, era una asociación  que se interesaban por todo lo que podía fortalecer  la región en el país. Este católico comprometido se encontró en Turín con el sucesor de Don Bosco, el P. Miguel Rúa, probablemente en 1888 y recibió el diploma de Cooperador Salesiano. Al llegar a México motivo a sus compañeros del Círculo Católico y así nació el primer grupo de cooperadores Salesianos en la ciudad de México el 22 de junio de 1889. Se organizaron con una labor de carácter salesiano: difusión de la buena prensa, educación cristiana de los niños, jóvenes y del pueblo sencillo, organización de actos cultos especialmente a Jesús Sacramento y a María Auxiliadora. El 25 de mayo de 1890 se celebró la primera fiesta a María Auxiliadora. Muy pronto se empezaron a sentir los favores de María Auxiliadora. En 1892 llegan los primeros Salesianos a México con la consigna de difundir la devoción de María Auxiliadora.

Es de notar el entusiasmo mariano del P. Rafael Noguer que llevó a realizar varias giras por la República difundiendo la devoción a María Auxiliadora.

 

lunes, 22 de mayo de 2023

SANTA RITA DE CASIA

 22 de Mayo Festividad de Santa Rita de Casia

La santa de lo imposible. Fue una hija obediente, esposa fiel, esposa maltratada, madre, viuda, religiosa, estigmatizada y santa incorrupta. Santa Rita lo experimentó todo pero llegó a la santidad porque en su corazón reinaba Jesucristo.

Nació en Mayo del año 1381, un año después de la muerte de Santa Catalina de Siena. La casa natal de Sta. Rita está cerca del pueblito de Cascia, entre las montañas, a unas 40 millas de Asís, en la Umbría, región del centro de Italia. 

Su vida comenzó en tiempo de guerras, terremotos, conquistas y rebeliones. Países invadían a países, ciudades atacaban a ciudades cercanas, vecinos se peleaban con los vecinos, hermano contra hermano. Los problemas del mundo parecían más grandes que lo que la política y los gobiernos pudieran resolver.

Nacida de devotos padres, Antonio Mancini y Amata Ferri a los que se conocía como los "Pacificadores de Jesucristo", pues los llamaban para apaciguar peleas entre vecinos. Ellos no necesitaban discursos poderosos ni discusiones diplomáticas, solo necesitaban el Santo Nombre de Jesús, su perdón hacia los que lo crucificaron y la paz que trajo al corazón del hombre. Sabían que solo así se pueden apaciguar las almas.

LAS ABEJAS

La santa de lo imposible. Fue una hija obediente, esposa fiel, esposa maltratada, madre, viuda, religiosa, estigmatizada y santa incorrupta. Santa Rita lo experimentó todo pero llegó a la santidad porque en su corazón reinaba Jesucristo.

Nació en Mayo del año 1381, un año después de la muerte de Santa Catalina de Siena. La casa natal de Sta. Rita está cerca del pueblito de Cascia, entre las montañas, a unas 40 millas de Asís, en la Umbría, región del centro de Italia. 

Su vida comenzó en tiempo de guerras, terremotos, conquistas y rebeliones. Países invadían a países, ciudades atacaban a ciudades cercanas, vecinos se peleaban con los vecinos, hermano contra hermano. Los problemas del mundo parecían más grandes que lo que la política y los gobiernos pudieran resolver.

Nacida de devotos padres, Antonio Mancini y Amata Ferri a los que se conocía como los "Pacificadores de Jesucristo", pues los llamaban para apaciguar peleas entre vecinos. Ellos no necesitaban discursos poderosos ni discusiones diplomáticas, solo necesitaban el Santo Nombre de Jesús, su perdón hacia los que lo crucificaron y la paz que trajo al corazón del hombre. Sabían que solo así se pueden apaciguar las almas.

MATRIMONIO

Sus padres, sin haber aprendido a leer o escribir, enseñaron a Rita desde niña todo acerca de Jesús, la Virgen María y los más conocidos santos. Rita, al igual que Santa Catalina de Siena nunca fue a la escuela a aprender a escribir o a leer. Santa Catalina le fue dada la gracia de leer milagrosamente por nuestro Señor Jesucristo, para santa Rita su único libro era el Crucifijo.

Ella quería ser religiosa toda su vida, pero sus padres, Antonio y Amata, avanzados ya en edad, escogieron para ella un esposo, Paolo Ferdinando, lo cual no fue una decisión muy sabia. Pero Rita obedeció. Quiso Dios así darnos en ella el ejemplo de una admirable esposa, llena de virtud, aun en las más difíciles circunstancias. 

Después del matrimonio, su esposo demostró ser bebedor, mujeriego y abusador. Rita le fue fiel durante toda su vida de casada. Encontró su fortaleza en Jesucristo, en una vida de oración, sufrimiento y silencio.  Tuvieron dos gemelos, los cuales sacaron el temperamento del padre. Rita se preocupó y oró por ellos.

Después de veinte años de matrimonio y oración por parte de Rita, el esposo se convirtió, le pidió perdón y le prometió cambiar su forma de ser. Rita perdona y el deja su antigua vida de pecado y pasaba el tiempo con Rita en los caminos de Dios. Esto no duró mucho, porque mientras su esposo se había reformado, no fue así con sus antiguos amigos y enemigos. Una noche Paolo no fue a la casa. Antes de su conversión esto no hubiera sido extraño, pero en el Paolo reformado esto no era normal. Rita sabía que algo había ocurrido. Al día siguiente, lo encontraron asesinado.

Su pena fue aumentada cuando sus dos hijos, que ya eran mayores, juraron vengar la muerte de su padre. Las súplicas no lograban disuadirlos. Fue entonces que Santa Rita, comprendiendo que más vale salvar el alma que vivir mucho tiempo, rogó al Señor que salvara las almas de sus dos hijos y que tomara sus vidas antes de que se perdieran para la eternidad por cometer un pecado mortal. El Señor respondió a sus oraciones. Los dos padecieron una enfermedad fatal. Durante el tiempo de enfermedad, la madre les habló dulcemente del amor y el perdón. Antes de morir lograron perdonar a los asesinos de su padre. Rita estuvo convencida de que ellos estaban con su padre en el cielo.

INGRESO A LA VIDA RELIGIOSA

Al quedar sola no se deja vencer por la tristeza y el sufrimiento. Santa Rita quiso entrar con las hermanas Agustinas, pero no era fácil lograrlo. No querían una mujer que había estado casada. La muerte violenta de su esposo dejó una sombra de duda. Ella se volvió de nuevo a Jesús en oración.  Ocurrió entonces un milagro. Una noche, mientras Rita dormía profundamente, oyó que la llamaban ¡Rita, Rita, Rita! esto ocurrió tres veces, a la tercera vez Rita abrió la puerta y allí estaban San Agustín, San Nicolás de Tolentino y San Juan el Bautista del cual ella había sido devota desde muy niña. Ellos le pidieron que los siguieran. Después de correr por las calles de Roccaporena, en el pico del Scoglio, donde Rita siempre iba a orar sintió que la subían en el aire y la empujaban suavemente hacia Cascia. Se encontró arriba del Monasterio de Santa María Magdalena en Cascia. Entonces cayó en éxtasis. Cuando salió del éxtasis se encontró dentro del Monasterio, ante aquel milagro las monjas Agustinas no pudieron ya negarle entrada.  Es admitida y hace la profesión ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años de consagración a Dios.

AMOR A LA PASIÓN DE CRISTO

Durante su primer año, Rita fue puesta a prueba no solamente por sus superioras, sino por el mismo Señor. Le fue dado el pasaje de la Escritura del joven rico para que meditara. Ella sentía en su corazón las palabras, ¡Si quieres ser perfecta!

Un día Rita fue puesta a prueba por su Madre Superiora. Como un acto de obediencia, Rita fue ordenada a regar cada día una planta muerta. Rita lo hizo obedientemente y de buena manera. Una mañana la planta se había convertido en una vid floreciente y dio uvas que se usaron para el vino sacramental. Hasta este día sigue dando uvas.

Rita meditaba muchas horas en la Pasión de Cristo, meditaba en los insultos, los rechazos, las ingratitudes que sufrió en su camino al Calvario

Durante la Cuaresma del año 1443 fue a Cascia un predicador llamado Santiago de Monte Brandone, quién dio un sermón sobre la Pasión de Nuestro Señor que tocó tanto a Rita que a su retorno al monasterio le pidió fervientemente al Señor ser partícipe de sus sufrimientos en la Cruz. Recibió los estigmas y las marcas de la Corona de Espinas en su cabeza. A la mayoría de los santos que han recibido este don este don exuden una fragancia celestial. Las llagas de Santa Rita, sin embargo exudan olor podrido, por lo que debía alejarse de la gente.

Por 15 años vivió sola, lejos de sus hermanas monjas. El Señor le dio una tregua cuando quiso ir a Roma para el primer Año Santo. Jesús removió el estigma de su cabeza durante el tiempo que duró la peregrinación. Tan pronto como llegó de nuevo a casa la estigma volvió a aparecer y teniéndose que aislar de nuevo.

En su vida tuvo muchas llamadas pero ante todo fue una madre tanto física como espiritualmente. Cuando estaba en el lecho de muerte, le pidió al Señor que le diera una señal para saber que sus hijos estaban en el cielo. A mediados de invierno recibió una rosa del jardín cerca de su casa en Roccaporena. Pidió una segunda señal. Esta vez recibió un higo del jardín de su casa en Roccaporena, al final del invierno.

Los últimos años de su vida fueron de expiación.  Una enfermedad grave y dolorosa la tuvo inmóvil sobre su humilde cama de paja durante cuatro años.  Ella observó cómo su cuerpo se consumía con paz y confianza en Dios. 

Durante la enfermedad, a petición suya, le presentaron algunas rosas que habían brotado de manera prodigiosa en el frío invierno en su huertecito de Rocaporena.   Ella las aceptó sonriente como don de Dios.  

MUERTE DE SANTA RITA

Santa Rita recorrió el camino de la perfección, la vía purgativa, la iluminativa y unitiva. Conoció el sufrimiento y en todo creció en caridad y confianza en Dios.   El crucifijo es su mejor maestro.  Es en almas puras como la de ella que Dios puede hacer portentos sin que por ello se desenfrenen y caigan en el orgullo espiritual.   Al morir la celda se ilumina y las campanas tañen solas por el gozo de un alma que entra al cielo.

Su muerte, acaecida en 1457, fue su triunfo. La herida del estigma desapareció y en lugar apareció una mancha roja como un rubí, la cual tenía una deliciosa fragancia. Debía haber sido velada en el convento, pero por la muchedumbre tan grande se necesitó la iglesia. Permaneció allí y la fragancia nunca desapareció. Por eso, nunca la enterraron. El ataúd de madera que tenía originalmente fue reemplazado por uno de cristal y ha estado expuesta para veneración de los fieles desde entonces.  Multitudes todavía acuden en peregrinación a honrar a la santa y pedir su intercesión ante su cuerpo que permanece incorrupto.

León XIII la canonizó en 1900.

Datos de: https://www.aciprensa.com/recursos/santa-rita-de-casia-4680

 

 

domingo, 21 de mayo de 2023

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 La Ascensión del SeñorJesús Ascendió al Cielo con su Padre, después de haber cumplido su misión en la tierra.


¡Es el momento en el que Jesús regresó al Cielo con su Padre, después de haber cumplido su misión en la tierra!

En el Evangelio de San Lucas 24, 50-53 se narra como, después de dar las últimas instrucciones a los Apóstoles, los llevó cerca de Betania y mientras los bendecía, alzando las manos, subió al Cielo. Los Apóstoles lo vieron alejarse hasta que desapareció en una nube.

Con su Ascensión al Cielo, Jesús nos abre las puertas para que podamos seguirle. La Ascensión es para todos los cristianos un símbolo de esperanza, pues sabemos que Cristo está sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros y que un día podremos llegar con Él a gozar de la felicidad eterna. Por esto, celebramos la fiesta con una Misa solemne. Durante la celebración de la Misa, puede haber una procesión solemne, con incienso. El crucifijo se adorna de blanco, se llevan luces y flores.

¿Qué nos enseña la Ascensión?

Debemos luchar por ser perfectos y buenos para poder ir al Cielo con Jesús. Él vivió como todos nosotros su proyecto y lo fue perfeccionando día a día. Su proyecto no terminó con la Muerte, sino que siguió con su Resurrección y su Ascensión.

Con la Ascensión, Jesús alcanza la meta final y es exaltado; se hace Señor y primogénito de sus hermanos. La plenitud sólo se alcanza al final y es un don de Dios.

Jesús ha ascendido al Cielo y nos espera en la meta. Nosotros debemos trabajar para cumplir con nuestra misión en la tierra. Hay que vivir como Él, amar como Él, buscar el Reino de Dios.

Debemos anunciar el Evangelio con la palabra y con la vida.

Por: Tomas Hill | Fuente: Catholic.net 

 

 

miércoles, 17 de mayo de 2023

SAN PASCUAL BAILÓN

 17 de mayo, San Pascual Bailon.

 Nacido en Torre-Hermosa, en el reino de Aragón, el 24 de mayo de 1540, en la fiesta de Pentecostés, llamada en España "la Pascua del Espíritu Santo”, de ahí el nombre de Pascual; murió en Villa Real el 15 de mayo de 1592, el domingo de Pentecostés.

 Sus padres, Martín Bailón e Isabel Jubera, eran piadoso campesinos. El niño comenzó muy pronto a dar muestras de esa devoción profunda hacia la Eucaristía que tanto le caracteriza.

 Era muy devoto de la Eucaristía y gran asceta. Tuvo una aparición de Cristo en la Eucaristía, tras lo cual entró como hermano lego en la Orden de San Francisco. Predicó a muchos, entre ellos a los herejes hugonotes. Fue también muy caritativo.
Entre sus milagros, multiplicó el alimento que daba a los pobres, hizo brotar agua de una piedra, curó enfermos, tuvo don de profecía, etc.

Su más grande amor durante toda la vida fue la Sagrada Eucaristía. Decía el dueño de la finca en el cual trabajaba como pastor, que el mejor regalo que le podía ofrecer al Niño Pascual era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa. Desde los campos donde cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento, desde esas lejanías. En esos tiempos se acostumbraba que al elevar la Hostia el sacerdote en la Misa, se diera un toque de campanas. Cuando el pastorcito Pascual oía la campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando hacia el templo y adoraba a Jesucristo presente en la Santa Hostia.

Un día otros pastores le oyeron gritar: "¡Ahí viene!, ¡allí está!". Y cayó de rodillas. Después dijo que había visto a Jesús presente en la Santa Hostia.

De niño siendo pastor, ya hacía mortificaciones. Por ejemplo andar descalzo por caminos llenos de piedras y espinas. Y cuando alguna de las ovejas se pasaba al potrero del vecino, le pagaba al otro el pasto que la oveja se había comido con el escaso sueldo que le pagaban.

A los 24 años pidió ser admitido como hermano religioso entre los franciscanos. Al principio le negaron la aceptación por su poca instrucción, pues apenas había aprendido a leer. Y el único libro que leía era el devocionario, el cual llevaba siempre mientras pastoreaba sus ovejas y allí le encantaba leer especialmente las oraciones a Jesús Sacramentado y a la Sma. Virgen.

Como religioso franciscano sus oficios fueron siempre los más humildes: portero, cocinero, mandadero, barrendero. Pero su gran especialidad fue siempre un amor inmenso a Jesús en la Santa Hostia, en la Eucaristía. Durante el día, cualquier rato que tuviera libre lo empleaba para estarse en la capilla, de rodillas con los brazos en cruz adorando a Jesús Sacramentado. Por las noches pasaba horas y horas ante el Santísimo Sacramento. Cuando los demás se iban a dormir, él se quedaba rezando ante el altar. Y por la madrugada, varias horas antes de que los demás religiosos llegaran a la capilla a orar, ya estaba allí el hermano Pascual adorando a Nuestro Señor.

Pascual compuso varias oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento y el sabio Arzobispo San Luis de Rivera al leerlas exclamó admirado: "Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a los humildes".

Sus superiores lo enviaron a Francia a llevar un mensaje. Tenía que atravesar caminos llenos de protestantes. Un día un hereje le preguntó: "¿Dónde está Dios?". Y él respondió: "Dios está en el cielo", y el otro se fue. Pero enseguida el santo fraile se puso a pensar: "¡Oh, me perdí la ocasión de haber muerto mártir por Nuestro Señor! Si le hubiera dicho que Dios está en la Santa Hostia en la Eucaristía me habrían matado y sería mártir. Pero no fui digno de ese honor". Llegado a Francia, descalzo, con una túnica vieja y remendada, lo rodeó un grupo de protestantes y lo desafiaron a que les probara que Jesús sí está en la Eucaristía. Y Pascual que no había hecho estudios y apenas si sabía leer y escribir, habló de tal manera bien de la presencia de Jesús en la Eucaristía, que los demás no fueron capaces de contestarle. Lo único que hicieron fue apedrearlo.

Hablaba poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, entonces sí se sentía inspirado por el Espíritu Santo y hablaba muy hermosamente. Siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar.

Pascual murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés. Pascua significa: paso de la esclavitud a la libertad). Y parece que el regalo de Pentecostés que el Espíritu Santo le concedió fue su inmenso y constante amor por Jesús en la Eucaristía.

Cuando estaba moribundo, en aquel día de Pentecostés, oyó una campana y preguntó: "¿De qué se trata?". "Es que están en la elevación en la Santa Misa". "¡Ah que hermoso momento!", y quedó muerto plácidamente.

Después durante su funeral, tenían el ataúd descubierto, y en el momento de la elevación de la Santa Hostia en la misa, los presentes vieron con admiración que abría y cerraba por dos veces sus ojos. Hasta su cadáver quería adorar a Cristo en la Eucaristía. Los que lo querían ver eran tantos, que su cadáver lo tuvieron expuesto a la veneración del público por tres días seguidos.

Fue declarado santo en 1690. En su carta apostólica Providentissimus Deus, Leo XIII declaró a S. pascual protector celestial de los congresos y asociaciones eucarísticos. Su fiesta se celebra el 17 de mayo. Normalmente es representado adorando la Sagrada Forma.

 

 

lunes, 15 de mayo de 2023

SAN ISIDRO LABRADOR

 15 de mayo, San Isidro labrador, patrono del campo español.

Nacido en Madrid sobre el 1095, era esposo de Sta. María de la Cabeza,  San Isidro fue campesino jornalero al servicio de la familia Vargas. 

 
Sus padres eran unos campesinos sumamente pobres que ni siquiera pudieron enviar a su hijo a la escuela. Pero en casa le enseñaron a tener temor a ofender a Dios y gran amor de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración y por la Santa Misa y la Comunión.

Huérfano y solo en el mundo cuando llegó a la edad de diez años Isidro se empleó como peón de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas un dueño de una finca, cerca de Madrid. Allí pasó muchos años de su existencia labrando las tierras, cultivando y cosechando.
Se casó con una sencilla campesina María Toribia, que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover). De cuyo matrimonio tuvieron un hijo, que también llegó a los altares: San Illán. 

Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa. Varios de sus compañeros muy envidiosos lo acusaron ante el patrón por "ausentismo" y abandono del trabajo. El señor Vargas se fue a observar el campo y notó que sí era cierto que Isidro llegaba una hora más tarde que los otros (en aquel tiempo se trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde) pero que mientras Isidro oía misa, un personaje invisible (quizá un ángel) le guaba sus bueyes y estos araban juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo.

Los mahometanos se apoderaron de Madrid y de sus alrededores y los buenos católicos tuvieron que salir huyendo. Isidro fue uno de los inmigrantes y sufrió por un buen tiempo lo que es irse a vivir donde nadie lo conoce a uno y donde es muy difícil conseguir empleo y confianza de las gentes. Pero sabía aquello que Dios ha prometido varias veces en la Biblia: "Yo nunca te abandonaré", y confió en Dios y fue ayudado por Dios.

Lo que ganaba como jornalero, Isidro lo distribuía en tres partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para su familia (él, su esposa y su hijito). Y hasta para las avecillas tenía sus apartados. En pleno invierno cuando el suelo se cubría de nieve, Isidro esparcía granos de trigo por el camino para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron a un gran almuerzo. Él se llevó a varios mendigos a que almorzaran también. El invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a él y no para los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos y sobró.

Los domingos los distribuía así: un buen rato en el templo rezando, asistiendo a misa y escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato visitando pobres y enfermos y por la tarde saliendo a pasear por los campos con su esposa y su hijito. Pero un día mientras ellos corrían por el campo, dejaron al niñito junto a un profundo pozo de sacar agua y en un movimiento brusco del chiquitín, la canasta donde estaba dio vuelta y cayó dentro del hoyo. Alcanzaron a ver esto los dos esposos y corrieron junto al pozo, pero este era muy profundo y no había cómo rescatar al hijo. Entonces se arrodillaron a rezar con toda fe y las aguas de aquel aljibe fueron subiendo y apareció la canasta con el niño y a este no le había sucedido ningún mal. No se cansaron nunca de dar gracias a Dios por tan admirable prodigio. Un borrico atacado por lobos, revivió, mientras los lobos murieron

Volvió después a Madrid y se alquiló como obrero en una finca, pero los otros peones, llenos de envidia lo acusaron ante el dueño de que trabajaba menos que los demás por dedicarse a rezar y a ir al templo. El dueño le puso entonces como tarea a cada obrero cultivar una parcela de tierra. Y la de Isidro produjo el doble que las de los demás, porque Nuestro Señor le recompensaba su piedad y su generosidad.

En el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido sepultado en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si estuviera recién muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro. Poco después el rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y los médicos dijeron que se moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los restos de San Isidro del templo a donde los habían llevado cuando los trasladaron del cementerio. Y tan pronto como los restos salieron del templo, al rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él los restos del santo se le fue por completo la enfermedad. A causa de esto el rey intercedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros

Esta es la vida de un santo que ―era un simple labrador que vivía cerca del río Manzanares, por lo que es patrón de los agricultores desde 1960―, y que ha sido estudiada por numerosos historiadores y teólogos hasta bien entrado el siglo XX (Juan López de Hoyos, Ambrosio Morales, Juan Hurtado de Mendoza... ) e, incluso, Lope de Vega le dedicó un poema. Su cuerpo durante el siglo XV se sacaba en procesión para rogar que lloviese en Madrid y los monarcas ―de Isabel la Católica a Felipe V― reclamaban sus restos y se guardaban algunos trocitos para su propia curación o la de sus cónyuges e hijos. Sin embargo, y a pesar de esta veneración secular por el madrileño ―el rey Alfonso VIII le atribuyó la victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa (1212)― no fue canonizado hasta 1622; eso sí, el mismo día que otros grandes ilustres de la Iglesia como santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Felipe Neri o san Francisco Javier.

 

 

sábado, 13 de mayo de 2023

FÁTIMA, LUGAR DE PEREGRINACIÓN (Dos santos y un bato buscaron refugio en Fátima)

«Soy del Cielo»: el relato de Fátima

"El santuario de Fátima y el relato de las apariciones ha supuesto una ayuda para muchas personas. Este es el relato de las apariciones y de cómo san Juan Pablo II, san Josemaría y el beato Álvaro buscaron refugio en la Virgen acudiendo a la Capelinha".


El santuario de Fátima y el relato de las apariciones ha supuesto una ayuda para muchas personas. Este es el relato de las apariciones y de cómo san Juan Pablo II, san Josemaría y el beato Álvaro buscaron refugio en la Virgen acudiendo a la Capelinha.

Lúcia –la mayor de los videntes de Fátima– contaba sólo diez años cuando la Virgen apareció por vez primera a los pastorcillos, el 13 de mayo de 1917; sus primos, Jacinta y Francisco, tenían siete y ocho respectivamente. Esta aparición había sido precedida por otra: la de un ángel, que en 1916 se les había presentado tres veces, en el lugar llamado Loca do Cabeço, denominándose a sí mismo, primero como el Ángel de la Paz, y más tarde como el Ángel de Portugal.

La presencia del Ángel dejó una huella muy profunda en los niños. La primera vez, el Ángel se arrodilló, e inclinándose hasta tocar el suelo con la frente, repitió tres veces: «¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! Te pido perdón por los que no creen, por los que no adoran, por los que no esperan, ni te aman» [1].

Refiere Sor Lúcia: «Nadie pensó hablar de esta aparición, ni recomendar secreto a los demás; el silencio se imponía por sí mismo. Era una gracia tan íntima, que no era fácil decir de ella la menor palabra. De ahí en adelante, los niños, siempre que podían sin que los viesen, repetían la oración tal y cómo habían visto hacer al Ángel».

"En el centro de una gran aureola de luz que los envolvió, vieron a una hermosa Señora, más resplandeciente que el sol"

El año 1917 fue especial. Europa estaba en guerra. El domingo 13 de mayo, en un lugar escondido de la Serra do Aire, en el centro de Portugal, tres niños salían con sus rebaños, después de haber asistido a la Santa Misa. Se dirigieron hacia los pastos de Cova da Iria. Empujaron el rebaño hacia la parte alta de la propiedad, sobre la cima de la colina. Allí, sin perder de vista a las ovejas, se pusieron a jugar a albañiles, uno de sus pasatiempos preferidos. Esa vez, se trataba de levantar una cerca protectora, alrededor de una hermosa mata de brezo blanco, del que sus padres podrían hacer escobas. Era mediodía. De pronto, ante ellos, y sobre una carrasca, en el centro de una gran aureola de luz que los envolvió, vieron a una hermosa Señora, más resplandeciente que el sol.

– «¿De dónde sois, Señora?»

– «Soy del Cielo».

Así empezó la primera conversación entre la Virgen y Lúcia.

Entre mayo y octubre se sucedieron seis apariciones de la Virgen. Les pidió que se rezase el Rosario todos los días, y que se hiciera penitencia. Este último ruego impresionó tanto a los niños, que buscaban modos de hacer penitencia y aprovechaban todos los pequeños sacrificios que se les presentaban.

En la tercera aparición, el 13 de julio, la Virgen pidió la consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado –aquellos niños campesinos ignoraban el significado de la palabra Rusia– y la Comunión reparadora de los primeros sábados. «Si esto no se hace, Rusia propagará sus errores por el mundo (...), algunas naciones serán aniquiladas. Portugal conservará siempre la Fe». Fue en esta aparición cuando la Virgen indicó: «Cuando recéis el Rosario, al final de cada decena, decid: ¡Oh, Jesús mío! Perdonadnos, libradnos del fuego del infierno; lleva al Cielo a todas las almas y socorre principalmente a las más necesitadas».

En la última aparición, el 13 de octubre, la Señora les dijo:

– «Soy la Virgen del Rosario. Deseo que en este lugar se levante una capilla en mi honor».

Por sexta vez recomendó que se continuara rezando el Rosario todos los días.

La primera capilla que se edificó fue destruida poco tiempo después por anarquistas, que también quemaron la encina sobre la que se posó la Virgen. La Capelinha que actualmente alberga la imagen de Nuestra Señora ocupa el sitio de la carrasca.

Como la Virgen les había anunciado, en la aparición del 13 de octubre tuvo lugar el milagro del sol, presenciado por unas setenta mil personas, que habían a acudido a la Cova da Iria, y publicado con detalle en la prensa.

Llovía torrencialmente. De pronto, cesó la lluvia y las nubes, negras desde la mañana, se disiparon. El sol apareció en el cénit como un disco de plata que podían mirar los ojos sin deslumbrarse. Alrededor del disco mate se distinguía una brillante corona. De improviso, se puso a temblar, a sacudirse con bruscos movimientos y, finalmente, dio vueltas sobre sí como una rueda de fuego, proyectando en todas direcciones unos haces de luz cuyo color cambiaba muchas veces.

Ese mismo mes estallaba la revolución bolchevique en Rusia.

Una devoción multisecular y un mensaje universal

La devoción a la Virgen tiene en estas tierras antecedentes multiseculares. Desde finales del siglo X, las regiones entre los ríos Douro y Vouga aparecen con el nombre de Terra de Santa Maria, denominación que más tarde se extiende a todo Portugal. Desde tiempos remotos, se multiplican las advocaciones de Nuestra Señora.

El 13 de agosto de 1385, el Condestable don Nuno Álvares Pereira, más tarde San Nuno de Santa María, había invocado solemnemente la protección de María en los parajes de Fátima, que quedaron ya desde entonces bajo la especial custodia de Nuestra Señora. A partir del 13 de mayo de 1917, ese lugar está indisolublemente unido a la Virgen del Rosario, como lugar de oración y penitencia.

El mensaje de Fátima contiene un aspecto de exigencia cristiana universal: es necesario desagraviar al Señor por todos los pecados cometidos, hacer penitencia, rezar el Rosario, difundir la devoción al Corazón Inmaculado de María, y rezar mucho por el Papa. También incluyó algunas revelaciones particulares de la Virgen:

– «La guerra pronto terminará pero, si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI, comenzará otra peor».

– «Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los primeros sábados».

– «Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas».

"Jacinta y Francisco, tal y como la Virgen les había anunciado, se fueron al Cielo poco después de las apariciones"

Los tres niños tuvieron la visión del infierno: «Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo que caían hacia todos los lados, parecidas al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin equilibrio ni peso, entre gritos de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros».

Con las apariciones de la Virgen creció visiblemente la devoción popular a Nuestra Señora. Durante el mes de mayo, los caminos de Portugal convergen en Fátima; entre mayo y octubre, la afluencia a la Cova da Iria los días 12 y 13 de cada mes alcanza proporciones enormes; las carreteras se llenan de peregrinos, no sólo portugueses, sino de todas partes del mundo.

Jacinta y Francisco, tal y como la Virgen les había anunciado, se fueron al Cielo poco después de las apariciones. Lúcia, siguiendo el deseo expreso de la Virgen, aprendió a leer y a escribir, y en 1926 ingresó en la Congregación de las Doroteas, en la ciudad de Oporto. Más tarde, entraría en el Carmelo de Coimbra.

Como había pronosticado Santa María, empezó la Segunda Guerra Mundial, más violenta que la primera. Portugal, seguramente por gracia de la Virgen, quedó al margen de la contienda. El 31 de octubre de 1942, el Papa Pío XII consagró el mundo al Corazón Inmaculado de María.

San Josemaría, en Fátima

En 1945, el mismo año del fin de la guerra, en Tuy, san Josemaría Escrivá de Balaguer se encontró con sor Lúcia por primera vez:

– «Hermana Lúcia —fue su saludo—; si usted, que recibió tantas gracias de Dios, y yo, que también recibo tantas gracias de Dios, no somos fieles, ¡la hacemos buena! ¡Podemos no ir al Cielo!»

–«También yo he pensado en eso muchas veces», fue la respuesta humilde de la vidente.

 

San Josemaría visitó el 6 de febrero de 1945 a Olimpia de Jesús, la madre de Jacinta y Francisco.

En 1945 el fundador del Opus Dei regresó a Portugal otras dos veces: en junio y en septiembre. El 5 de febrero de 1946, precisamente un año después de su primer viaje, llegaron los primeros fieles del Opus Dei a Coimbra, donde se puso el primer sagrario de la Obra en ese país. Volvió san Josemaría a Portugal en octubre de 1948; residió unos días en Coimbra y el día 15 se dirigió a Fátima para rezar en la Capelinha. Volvería en marzo de 1949... A lo largo de los años, san Josemaría acudió 13 veces a este lugar.

Por ejemplo, en 1951, en medio de contradicciones para los apostolados del Opus Dei, san Josemaría recorrió varios santuarios marianos. En enero fue a Fátima y regresó de nuevo en octubre, después del primer Congreso General de la Obra; el día 19 de ese mes, renovó en la Capelinha la consagración al Corazón Dulcísimo de María, que había hecho en Loreto, el 15 de agosto de ese mismo año. Desde allí envió una tarjeta postal a sus hijos e hijas que ya estaban en diversos países del mundo con la jaculatoria: Cor Mariæ dulcissimum, iter para tutum! (Corazón Dulcísimo de María, prepara el camino seguro) que repetía desde meses atrás. Como siempre que acudía a Portugal, visitó a la Hermana Lúcia en el Carmelo de Coimbra.

El 9 de mayo de 1967, en vísperas de la peregrinación del Papa Pablo VI al Santuario de Fátima, con motivo del 50º aniversario de las apariciones, fue a rezar ante la Virgen. Allí admiró las manifestaciones penitentes de tantos grupos que caminaban a lo largo de la carretera, bajo la lluvia, en dirección a Cova da Iria. A su regreso, comentaría:

– «Este país se está renovando en la fe en Jesucristo y en su Madre bendita. Me conmovieron esas multitudes que vi en los caminos: hombres, mujeres y niños, yendo por las carreteras hacia Fátima, en penitencia. Se me escapaba la mano para bendecirles, y les decía: Dios os bendiga, por el amor que tenéis a su Madre»[2].

En el otoño de 1968 y en la primavera de 1969, san Josemaría recorrió diversos santuarios marianos de Italia, España, Francia, Suiza. Y el 14 de abril de 1970, llegó de nuevo a Fátima. Recordando aquella ocasión, comentaría más tarde:

– «Yo voy mucho a Fátima y a otros Santuarios marianos de Europa y de América, porque tengo la alegría de amar a Santa María y a esta tierra de Santa María que es Portugal. Pues el mejor piropo que me han dicho, me lo hizo un hijo mío portugués que me vio rezando el rosario en Fátima. Me escribió diciendo: "Padre, me ha dado mucha alegría verle rezar el rosario, porque besa las medallas como las viejas". ¿Has visto? Me puse contento porque me dijeron que parecía una vieja, una de esas abuelitas maravillosas, llenas de piedad, de sentido sobrenatural, que saben que esta vida no tiene demasiada importancia, y están amando la otra»[3].

«Mira, hija mía, repito a la Virgen muchas veces al día, con tonos diferentes (...): ¡Madre, Madre mía! Se lo digo a Nuestra Señora de Fátima» (San Josemaría)

En noviembre de 1972, durante su estancia en Portugal con motivo de su catequesis por la península Ibérica, en una tertulia le preguntaron:

– «Padre, ¿puedo hacerle una pregunta impertinente? ¿Cuál es la jaculatoria que el Padre está repitiendo ahora con más frecuencia?»

– «Los demás no se enteran, porque ellos no son tan impertinentes. Mira, hija mía, repito a la Virgen muchas veces al día, con tonos diferentes –unos de petición de ayuda, otros de agradecimiento, siempre de Amor–: ¡Madre, Madre mía! Se lo digo a Nuestra Señora de Fátima»[4].

El 2 de noviembre de 1972, mientras con profundo recogimiento rezaba el Rosario en Fátima, se vio acompañado por varios centenares de personas, que se unían a su oración. Fue la última vez que estuvo en el lugar de las apariciones.

La devoción del beato Álvaro a la Virgen de Fátima

El 13 de mayo de 1979, durante una tertulia en Roma, contó el beato Álvaro:

– «Nuestro Fundador atravesó Portugal en muchas ocasiones y siempre, aunque tuviera que desviarse de la dirección que llevaba, procuraba pasar por Fátima. Cuando era más joven y viajaba con frecuencia por la noche –luego dejó de hacerlo–, llegábamos a veces a Fátima alrededor de las doce de la noche; y allí, junto a la Capelinha, nos arrodillábamos y rezábamos las Preces»[5].

Y en 1985, estando en el Santuario, comentó:

– «Fátima es un tesoro para toda la Iglesia. No es un lujo, porque está todo hecho con mucha dignidad y sin ostentación. Pero es un tesoro: aquí los corazones y las almas se esponjan, aquí se palpa la Iglesia, se siente la presencia de la Santísima Virgen. Es algo que no se puede explicar, pero aquí se nota que la oración de Nuestra Señora es muy eficaz»[6].


La caída del muro

El 13 de mayo de 1981, el Papa Juan Pablo II sufrió un grave atentado en la Plaza de San Pedro. En esa misma fecha, un año después, viajó a Portugal para agradecer a la Virgen su protección y renovó la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María.

– «Este mundo de los hombres y de las naciones también yo lo tengo delante de los ojos, hoy en el momento en que deseo renovar la entrega y la consagración hecha por mi predecesor en la Sede de Pedro: el mundo del Segundo Milenio que está casi finalizando, el mundo contemporáneo, nuestro mundo de hoy»[7].

El domingo 25 de marzo de 1984, poco antes de clausurar el Año Jubilar de la Redención, san Juan Pablo II decidió renovar otra vez la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María.

Paralelamente a la consagración del mundo a la Virgen, en la Plaza de San Pedro, se realizó el Jubileo de las Familias, con una Misa celebrada por el Papa y presidida por la imagen de la Virgen de Fátima, colocada a la izquierda del altar. El Santo Padre ofreció al Santuario de Fátima la bala que le habían extraído del cuerpo durante la intervención quirúrgica sufrida después del atentando. Se colocó en la corona que la Virgen luce en días señalados, en medio de perlas y piedras preciosas.

A lo largo del siglo XX los católicos de Europa han acudido especialmente a la Virgen de Fátima para encomendarle la paz y la reconciliación en el continente.

En octubre de 1945, pocos meses después de finalizar la segunda Guerra Mundial, un párroco de Berlín gestionó que la imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima recorriese algunas capitales del Oriente de Europa. La imagen inició su periplo el 13 de mayo de 1947, pero debido a las patrullas que prohibían acercarse a la zona comunista se vio obligada a regresar.

En 1978, se intentó nuevamente el viaje. La imagen pasó por Hungría, sobrevoló Checoslovaquia, y estuvo en Polonia, en el Santuario de la Virgen de Czestochowa. El 8 de mayo, víspera del trigésimo tercer aniversario del tratado que había determinado el aislamiento de la parte oriental de Berlín, llegó junto al telón de acero. En ese mismo año, fue llamado a la cátedra de Pedro en Roma un Papa venido del Este Europeo.

Pasaron los años, y el 9 de noviembre de 1989 cayó el muro que desde agosto de 1961 había causado tanto sufrimiento. En su carta de enero de 1990, el beato Álvaro habló de estos acontecimientos:

- «Todo tiene su hora. Ya veis lo que está sucediendo en los países de la Europa oriental. Regímenes que habían pretendido cerrar férreamente sus puertas a Dios, hoy parecen abrirse a la libertad y, en consecuencia, a la acción evangelizadora. Son acontecimientos en los que se toca la Providencia de Dios y el amor maternal de nuestra Madre la Virgen»[8].

«A mí personalmente me fue dado a comprender, de modo particular, el mensaje de Nuestra Señora de Fátima» (Juan Pablo II)

Cuatro años más tarde, el 13 de junio de 1994, durante un acto con motivo de la preparación del gran Jubileo del Año 2000, delante del Colegio Cardenalicio, decía san Juan Pablo II: «A mí personalmente me fue dado a comprender, de modo particular, el mensaje de Nuestra Señora de Fátima: la primera vez, el día 13 de mayo de 1981, en el momento del atentado a la vida del Papa; después, al final de los años ochenta, con ocasión de la derrota del comunismo en los países del bloque soviético. Pienso que se trata de una experiencia bastante transparente para todos. Tenemos confianza en que la Virgen Santa, que camina delante del Pueblo de Dios peregrino a través de la historia, nos ayudará a superar las dificultades que, después de 1989, no han dejado de modo alguno de estar presentes en las naciones de Europa y de otros continentes»[9].

El 13 de agosto de ese año fue inaugurado delante de la Capelinha un Monumento de la Paz, constituido por un trozo del muro de Berlín. Anteriormente, se había ofrecido al Papa un rosario hecho con trozos de cemento de esa pared. El rosario se ha quedado en el Santuario, para perpetuar el recuerdo de aquellos cambios históricos en Europa oriental.

Posteriormente, Fátima volvió a ser escenario de acontecimientos importantes: el 13 de mayo de 2000, san Juan Pablo II beatificó allí a Francisco y Jacinta, y renovó su gratitud hacia la Virgen por la protección que le había dispensado durante su pontificado. Al final de esa misma ceremonia, se hizo público el tercer secreto revelado por la Virgen a los pastorcillos, durante la aparición del 13 de julio de 1917. A instancias del Obispo de Leiria, sor Lúcia lo había relatado por escrito en Tuy, el 3 de enero de 1944:

- «Hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en una inmensa luz qué es Dios: «algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él» a un Obispo vestido de Blanco «hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre». También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios»[10].

En el comentario teológico que acompañó la publicación de este texto, el Card. Ratzinger interpretaba que la figura del Obispo vestido de blanco subiendo hacia la Cruz era una representación simbólica de los Papas que guiaron a la Iglesia durante el siglo XX, una época de mártires. Y, refiriéndose a san Juan Pablo II, se preguntaba: «¿No podía el Santo Padre, cuando después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la tercera parte del “secreto”, reconocer en él su propio destino? Había estado muy cerca de las puertas de la muerte y él mismo explicó el haberse salvado, con las siguientes palabras: “...fue una mano materna la que guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se paró en el umbral de la muerte” (13 de mayo de 1994). Que una “mano materna” haya desviado la bala mortal muestra sólo una vez más que no existe un destino inmutable, que la fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la historia y, que al final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más potente que las divisiones»[11].

El 13 de febrero de 2005, sor Lúcia falleció en el Carmelo de Coimbra, después de una larga vida dedicada a difundir el mensaje de Fátima. Sus restos mortales reposan ahora, junto a los de Francisco y Jacinta, en la basílica del Santuario. Pocas semanas más tarde, el 2 de abril de ese mismo año, el Señor llamó consigo a san Juan Pablo II.

Fátima, altar do mundo

Fátima, altar do mundo, es una expresión corriente en Portugal. En Fátima concurren todos los caminos del mundo. Allí, como san Josemaría –el primer peregrino a este santuario que ha subido a los altares–, van también hoy la mente y el corazón de tantos cristianos a rezar a la Virgen. Mons. Javier Echevarría, durante una de sus estancias en Fátima, animaba a ponerse bajo la protección maternal de María Santísima en todas las circunstancias de la vida:

«Madre, ¡qué bien se está junto a ti! ¡Qué serenidad se siente en el alma pensando en que tú nos conoces, que tú nos entiendes, que tú nos ayudas, y que tú vas a presentar ante Dios nuestras necesidades muchísimo mejor de como lo podamos hacer cada uno de nosotros! Recurrimos a ti que eres la Omnipotencia Suplicante»[12].

E. Gil

Artículo publicado originalmente en 2017.

Para ver más datos y vídeos ir a:  https://opusdei.org/es/article/virgen-de-fatima-como-los-antiguos-romeros/?fbclid=IwAR0IsqqRxcbfyHEqcj_yUsWMwYOTFnaWwYZYqt-wkobf2HvpGEvMOaWxF-8


 

 

martes, 9 de mayo de 2023

SAN JUAN DE ÁVILA

 PATRONO DE LOS SACERDOTES ESPAÑOLES, REFORMADOR, ESCRITOR.
10 de Mayo

San Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 (o 1500) en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), de una familia profundamente cristiana. Sus padres, Alfonso de Ávila (de ascendencia israelita) y Catalina Jijón, poseían unas minas de plata en Sierra Morena, y supieron dar al niño una formación cristiana de sacrificio y amor al prójimo. Son conocidas las escenas de entregar su sayo nuevo a un niño pobre, sus prolongados ratos de oración, sus sacrificios, su devoción eucarística y mariana.

 
Probablemente en 1513 comenzó a estudiar leyes en Salamanca, de donde volvería después de cuatro años para llevar una vida retirada en Almodóvar. A pesar de llamarlas ‘leyes negras’ los estudios de Salamanca dejaron huella en su formación eclesiástica, como puede constatarse en sus escritos de reforma. Esta nueva etapa en Almodóvar, en casa de sus padres, viviendo una vida de oración y penitencia, durará hasta 1520. Pues aconsejado por un religioso franciscano, marchará a estudiar artes y teología a Alcalá de Henares (1520-1526). De esta etapa en Alcalá existen testimonios de su gran valía intelectual, como así lo atestigua el Mtro. Domingo de Soto. Allí estuvo en contacto con las grandes corrientes de reforma del momento. Conoció el erasmismo, las diversas escuelas teológicas y filosóficas y la preocupación por el conocimiento de las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia. También trabó amistad con quienes habían de ser grandes reformadores de la vida cristiana, como don Pedro Guerrero, futuro arzobispo de Granada, y posiblemente también con el venerable Fernando de Contreras. Incluso pudo haber conocido allí al P. Francisco de Osuna y a San Ignacio de Loyola.

 Sus años de sacerdocio


Durante sus estudios en Alcalá, murieron sus padres. Juan fue ordenado sacerdote en 1526, y quiso venerar la memoria de sus padres celebrando su Primera Misa en Almodóvar del Campo.
"La ceremonia estuvo adornada por la presencia de doce pobres que comieron luego a su mesa. Después vendió todos los bienes que le habían dejado sus padres, los repartió a los pobres, y se dedicó enteramente a la evangelización, empezando por su mismo pueblo".

Un año después, se ofreció como misionero al nuevo obispo de Tlascala (Nueva España), Fr. Julián Garcés, que habría de marchar para América en 1527 desde el puerto de Sevilla. Con este firme propósito de ser evangelizador del Nuevo Mundo, se trasladó san Juan de Ávila a Sevilla, donde mientras tanto se entregó de lleno al ministerio, en compañía de su compañero de estudios en Alcalá el venerable Fernando de Contreras. Ambos vivían pobremente, entregados a una vida de oración y sacrificio, asistencia a los pobres, de enseñanza del catecismo.

Esta amistad y convivencia con Fernando de Contreras, fueron posiblemente las que motivaron el cambio de las ansias misioneras de Juan de Ávila. El P. Contreras habló con el arzobispo de Sevilla, D. Alonso Manrique, y éste le ordenó a Juan que se quedara en las ‘Indias’ del mediodía español. El mismo arzobispo quiso conocer personalmente la valía del nuevo sacerdote y le mandó predicar en su presencia. Juan de Ávila contaría después la vergüenza que tuvo que pasar; orando la noche anterior ante el crucifijo, pidió al Señor que, por la vergüenza que él pasó desnudo en la cruz, le ayudara a pasar aquel rato amargo. Y cuando, al terminar el sermón, le colmaron de alabanzas, respondió: <<Eso mismo me decía el demonio al subir al púlpito.

Durante algún tiempo continuó el ministerio juntamente con Fernando de Contreras. Pronto se dirigió a predicar y ejercer el ministerio en Écija (Sevilla). Uno de sus primeros discípulos y compañero fue Pedro Fernández de Córdoba, cuya hermana de catorce años, D.ª Sancha Carrillo (ambos hijos de los señores de Guadalcázar, Córdoba), comenzó una vida de perfección bajo la guía del Maestro Ávila. La que habría sido dama de la emperatriz Isabel, pasó a ser (después de confesarse con san Juan de Ávila) una de las almas más delicadas de la época y destinataria de las enseñanzas del Maestro en el Audi, Filia, preciosa pieza espiritual del siglo XVI y único libro escrito por Juan de Ávila. Su predicación se extendía también a Jerez de la Frontera, Palma del Río, Alcalá de Guadaira, Utrera..., juntamente con la labor de confesionario, dirección de almas, arreglo de enemistades.

Inquinas y maquinaciones...

Pero su presencia en Écija pronto le va a acarrear las enemistades y la persecución. El primer incidente ocurrió cuando un comisario de bulas impidió la predicación de Juan para poder predicar él la bula de que era comisario. El auditorio, sin embargo, dejó al bulero solo en la iglesia principal y fue a escuchar a Juan de Ávila en otra iglesia. Después del suceso, el comisario de bulas, en plena calle, propinó una bofetada a Juan. Éste se arrodilló y dijo humildemente: <emparéjeme esta otra mejilla, que más merezco por mis pecados>. Este hecho y las envidias de algunos eclesiásticos, llevaron precisamente a los clérigos a denunciar a San Juan de Ávila ante la Inquisición sevillana en 1531.

La Inquisición


Desde 1531 hasta 1533 Juan de Ávila estuvo procesado por la Inquisición. Las acusaciones eran muy graves en aquellos tiempos: llamaba mártires a los quemados por herejes, cerraba el cielo a los ricos, no explicaba correctamente el misterio de la Eucaristía, la Virgen había tenido pecado venial, tergiversaba en sentido de la Escritura, era mejor dar limosna que fundar capellanías, la oración mental era mejor que la oración vocal... Todo menos la verdadera acusación: aquel clérigo no les dejaba vivir tranquilos en su cristianismo o en su vida ‘clerical’. Y Juan fue a la cárcel donde pasó un año entero.

Juan de Ávila no quiso defenderse y la situación era tan grave que le advirtieron que estaba en las manos de Dios, lo que indicaba la imposibilidad de salvación; a lo que respondió: <No puede estar en mejores manos>. San Juan fue respondiendo uno a uno todos los cargos, con la mayor sinceridad, claridad y humildad, y un profundo amor a la Iglesia y a su verdad. Y aquél que no quiso tachar a los cinco testigos acusadores, se encontró con que la Providencia le proporción 55 que declararon a su favor.

Este tiempo en la cárcel produjo sus frutos interiores, al igual que lo hiciera con san Juan de la Cruz. En ella escribió un proyecto del Audi, Filia, pero sobre todo, como él nos cuenta, allí aprendió, más que en sus estudios teológicos y vida anterior, el misterio de Cristo. Juan fue absuelto. Pero lo que más humillante fue la sentencia de absolución: “Haber proferido en sus sermones y fuera de ellos algunas proposiciones que no parecieron bien sonantes”, y le mandan, bajo excomunión, que las declare convenientemente, donde las haya predicado.

Viajes y ministerio


En 1535 marcha Juan de Ávila a Córdoba, llamado por el obispo Fr. Álvarez de Toledo. Allí conoce a Fr. Luis de Granada, con quien entabla relaciones espirituales profundas. Organiza predicaciones por los pueblos (sobre todo por la Sierra de Córdoba), consigue grandes conversiones de personas muy elevadas, entabla buenas relaciones con el nuevo obispo de Córdoba, D. Cristobal de Rojas, que quien dirigirá las Advertencias al Concilio de Toledo.

La labor realizada en Córdoba fue muy intensa. Prestó mucha atención al clero, creando centros de estudios, como el Colegio de San Pelagio (en la actualidad el Seminario Diocesano), el Colegio de la Asunción (donde no se podía dar título de maestro sin haberse ejercitado antes en la predicación y el catecismo por los pueblos). Explica las cartas de san Pablo a clero y fieles. Un padre dominico, que primero se había opuesto a la predicación de san Juan, después de escuchar sus lecciones, dijo: <<vengo de oír al propio san Pablo comentándose a sí mismo.

Córdoba es la diócesis de san Juan de Ávila, tal vez ya desde 1535, pero con toda seguridad desde 1550. Allí le vemos cuando murió D.ª Sancha Carrillo, en 1537, de quien escribió una biografía que se ha perdido. Predica frecuentemente en Montilla, por ejemplo la cuaresma de 1541. Y las célebres misiones de Andalucía (y parte de Extremadura y Castilla la Mancha) las organiza desde Córdoba (hacia 1550-1554). Juan recibiría en Córdoba el modesto beneficio de Santaella, que le vinculó a la diócesis cordobesa para lo restante de su vida. En el Alcázar Viejo de Córdoba reuniría a veinticinco compañeros y discípulos con los que trabajaba en la evangelización de las comarcas vecinas.

A Granada acudió san Juan de Ávila, llamado por el arzobispo D. Gaspar de Avalos, el año 1536. Es en Granada donde tiene lugar el cambio de vida de san Juan de Dios; en la ermita de san Sebastián, oyendo a san Juan de Ávila, Juan Cidad, antiguo soldado y ahora librero ambulante, se convirtió en san Juan de Dios. En numerosas ocasiones san Juan de Dios a Montilla para dirigirse espiritualmente con el Maestro Ávila, convirtiéndose en su más fiel discípulo.

El duque de Gandía, Francisco de Borja, fue otra alma predilecta influida por la predicación de san Juan de Ávila; las honras fúnebres predicadas por éste en las exequias de la emperatriz Isabel (1539) fueron la ocasión providencial que hicieron cambiar de rumbo la vida del futuro general de la Compañía.

En Granada lo vemos formando el primer grupo de sus discípulos más distinguidos. En Granada también, en 1538 están fechadas las primeras cartas de san Juan de Ávila que conocemos. En los años sucesivos vemos a san Juan de Ávila en Córdoba, Baeza, Sevilla, Montilla, Zafra, Fregenal de la Sierra, Priego de Córdoba. La predicación, el consejo, la fundación de colegios, le llevan a todas partes.

La cuaresma de 1545 la predicó en Montilla. Su predicación iba siempre seguida de largas horas de confesionario y de largas explicaciones del catecismo a los niños; éste era un punto fundamental de su programa de predicación.

Los colegios


En todas las ciudades por donde pasaba, Juan de Ávila procuraba dejar la fundación de algún colegio o centro de formación y estudio. Sin duda, la fundación más celebre fue la Universidad de Baeza (Jaén). La línea de actuación que allí impuso era común a todos sus colegios, como puede verse plasmada en los Memoriales al Concilio de Trento, donde pide la creación de seminarios, para una verdadera reforma de la Iglesia y del clero.

Predicando el Evangelio.

Es la definición que mejor cuadra a Juan de Ávila: predicador. Éste es precisamente el epitafio que aparece en su sepulcro: “mesor eram” (yo era un segador).

El centro de su mensaje era Cristo crucificado, siendo fiel discípulo de san Pablo. Predicaba tanto en las iglesias como incluso en las calles. Sus palabras iban directamente a provocar la conversión, la limpieza de corazón. El contenido de su predicación era siempre profundo, con una teología muy escriturística. Pero ésta estaba sobre todo precedida de una intensa oración. Cuando le preguntaban qué había que hacer para predicar bien, respondía: ‘amar mucho a Dios’.

Los textos de los sermones de san Juan de Ávila están acomodados al tiempo litúrgico. Los temas principales son la Eucaristía, el Espíritu Santo, la pasión, el tiempo litúrgico; siendo el tema predilecto para los clérigos el del sacerdocio. La fuerza de su predicación se basaba en la oración, sacrificio, estudio y ejemplo. Podía hablar claro quien había renunciado a varios obispados y al cardenalato, y quien no aceptaba limosnas ni estipendios por los sermones, ni hospedaje en la casa de los ricos o en los palacios episcopales. El desprecio y conocimiento de sí mismo era el secreto para guardar el equilibrio al reprender a los demás, considerándose siempre inferior a los demás.

Su modelo de predicador era san Pablo, al que procuraba imitar sobre todo en el conocimiento del misterio de Cristo. Afirma su biógrafo el Lic. Muñoz que “no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le precediese”, ya que “su principal librería” era el crucifijo y el Santísimo Sacramento.

La misión apostólica de la predicación era precisamente uno de los objetivos de la fundación de sus colegios de clérigos. Ésta era también una de las finalidades de los Memoriales dirigidos al Concilio de Trento.

Retiro y escuela sacerdotal


Desde 1511 Juan de Ávila se sintió enfermo. Gastado en un ministerio duro, sintió fuertes molestias que le obligaron a residir definitivamente en Montilla desde 1554 hasta su muerte. Rehusó la habitación ofrecida en el palacio de la marquesa de Priego, y se retiró en una modesta casa propiedad de la marquesa. Su vida iba transcurriendo en la oración, la penitencia, la predicación (aunque no tan frecuente), las pláticas a los sacerdotes o novicios jesuitas, la confesión y dirección espiritual, el apostolado de la pluma.

Su enfermedad la ofreció para inmolarse por la Iglesia, a la que siempre había servido con desinterés. Cuando arreciaba más la enfermedad, oraba así: “Señor, habeos conmigo como el herrero: con una mano me tened, y con otra dadme con el martillo”.

Pero a Juan todavía le quedaban quince años de vida fructífera, que empleó avaramente en la extensión del Reino de Dios. El retiro de Montilla le dio la posibilidad de escribir con calma sus cartas, la edición definitiva del Audi, Filia, sus sermones y tratados, los Memoriales al Concilio de Trento, las Advertencias al Concilio de Toledo y otros escritos menores. Se puede decir que Juan de Ávila inicia con sus escritos la mística española del Siglo de oro. Si en otros períodos de su vida se podía calificar de predicador, misionero, fundador de colegios, ahora, en Montilla, se puede resumir su vida diciendo que era escritor.

El AudiFilia, a pesar de todas las vicisitudes por las que pasó, y tras retocarlo de nuevo en Montilla, queriéndolo confrontar con las enseñanzas de Trento, fue publicado después de su muerte. El rey Felipe II lo apreció tanto que pidió no faltara nunca en El Escorial. El Card. Astorga, arzobispo de Toledo, diría que, con él, “había convertido más almas que letras tiene”. Prácticamente es el primer libro en lengua vulgar que expone el camino de perfección para todo fiel, aun el más humilde. El sentido de perfección cristiana es el sentido eclesial de desposorio de la Iglesia con Cristo. Éste y otros libros de Juan influyeron posteriormente en autores de espiritualidad.

Las cartas de Juan de Ávila llegaban a todos los rincones de España e incluso a Roma. De todas partes se le pedía consejo. Obispos, santos, personas de gobierno, sacerdotes, personas humildes, enfermos, religiosos y religiosas, eran los destinatarios más frecuentes. Las escribía de un tirón, sin tener tiempo para corregirlas. Llenas de doctrina sólida, pensadas intensamente, con un estilo vibrante.

No hay en todo el siglo XVI ningún autor de vida espiritual tan consultado como Juan de Ávila. Examinó la Vida de santa Teresa, se relacionó frecuentemente con san Ignacio de Loyola o con sus representantes, con san Francisco de Borja, san Juan de Dios, san Pedro de Alcántara, San Juan de Ribera, fray Luis de Granada.

A Juan de Ávila se le llama <reformador>, si bien sus escritos de reforma se ciñen a los Memoriales para el Concilio de Trento, escritos para el arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, ya que Juan de Ávila no pudo acompañarle a Trento debido a su enfermedad, y a las Advertencias al Concilio de Toledo, escritas para el obispo de Córdoba, D. Cristóbal de Rojas, que habrían de presidir el Concilio de Toledo (1565), para aplicar los decretos tridentinos.

La doctrina de san Juan de Ávila sobre le sacerdocio quedó esquematizada en un Tratado sobre el sacerdocio, del que conocemos sólo una parte, pero una belleza y contenido extraordinarios, y que sirvió de pauta para sus pláticas y retiros a clérigos, y para que sus discípulos hicieran otro tanto donde no podía llegar ya el Maestro.

Este término aparece con frecuencia en las primeras biografías de nuestro santo, para referirse a sus discípulos. Todos ellos tienen un denominador común, a pesar de ministerios muy diversos y de encontrarse en lugares muy distantes: predicar el misterio de Cristo, enderezar las costumbres, renovación de la vida sacerdotal según los decretos conciliares, no buscar dignidades ni puestos elevados, vida intensa de oración y penitencia, paciencia en las contradicciones y persecuciones, sentido de Iglesia, enseñar la doctrina cristiana, dirección espiritual, etc. Los encontramos en los pueblecitos más alejados de pastores y agricultores como en las aldeas de Fuenteovejuna, como entre los consejeros de los grandes; en los colegios y universidades o en las costas de Andalucía; en las prelaturas o en las minas de Almadén.

El grupo sacerdotal de Juan de Ávila parece que se estructura en Granada hacia el año 1537, aunque ya antes se habían hecho discípulos suyos algunos sacerdotes de Sevilla, Écija y Córdoba. En Córdoba reunió a más de veinte en el Alcázar Viejo. Y fue allí donde dirigió un centro misional durante ocho o nueve años. La gran misión del mediodía español es una de las manifestaciones típicas de la escuela sacerdotal de Juan de Ávila.

La escuela sacerdotal de Juan de Ávila no se puede estudiar sino teniendo a la vista la relación con la Compañía de Jesús. Juan encaminó a muchos de sus discípulos a la Compañía, y hubo intentos de fusión, cesión de colegios, estudio conjunto, ayuda a los jesuitas, que en Salamanca encontraron muchas dificultades. Pero Juan de Ávila no entró en la Compañía. Éste era el gran deseo de san Ignacio, hasta el punto de afirmar que “o nosotros nos unamos a él o él a nosotros”. Pero la voluntad del Señor no era ésta, la enfermedad de Juan y los caminos del Señor lo impidieron. A pesar de ello, él fue enviando a sus mejores discípulos a la Compañía.

La escuela sacerdotal avilista ser refleja principalmente en su Maestro. El testimonio y la doctrina de Juan dejaron huella imborrable, como le iba dejando su sello personal que tenía dibujado el Santísimo Sacramento. En sus discípulos dejó impresa la ilusión por la vocación sacerdotal, el amor al sacerdocio, con los matices de la vida eucarística, vida litúrgica y de oración personal profunda, devoción al Espíritu Santo, a la Pasión del Señor, a la Virgen María, entrega total al servicio desinteresado de la Iglesia en la expansión del Reino y la predicación de la Palabra de Dios. Pero lo que consideraba esencial en todo aquel que quería ser buen sacerdote era la vida de oración, ya que en la caridad y en la oración era en los que según él habrían de consistir los exámenes de Órdenes.

En la Santa Misa centraba toda la evangelización y vida sacerdotal. La celebraba empleando largo tiempo, con lágrimas por sus pecados. Sobre la Eucaristía jamás le faltó materia para predicar, especialmente en la fiesta y octava del Corpus. “Trátalo bien, que es hijo de buen Padre”, dijo a un sacerdote de Montilla que celebraba con poca reverencia; la corrección tuvo como efecto conquistar un nuevo discípulo. Ya enfermo en Montilla, quiso ir a celebrar misa a una ermita; por el camino se sintió imposibilitado; el Señor, en figura de peregrino, se le apareció y le animó a llegar hasta la meta. Fue el gran apóstol de la comunión frecuente, a pesar de las contradicciones que se le siguieron. Prefería la presencia eucarística a la visita de los Santos Lugares.

Su virtud principal fue la caridad. Tenía un amor entrañable a la humanidad de Cristo: “el Verbo encarnado fue el libro y juntamente maestro”. Su Tratado del amor de Dios es una joya de la literatura teológica en lengua castellana. Su amor al prójimo fue la expresión del ministerio sacerdotal. Toda la obra de Juan de Ávila mira hacia la caridad cristiana. De ahí la preocupación por la educación cristiana y humana integral, la preocupación por los problemas sociales, por la reforma del estado seglar (como él decía), por la reforma del clero.

Una cruz grande de palo en su habitación de Montilla, la renuncia a las prebendas y obispados (el de Segovia y Granada), así como el capelo cardenalicio (ofrecido por Paulo III), son índice de la pobreza y humildad de quien “fue obrero sin estipendio..., y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real” (Lic. Muñoz). No renunció al episcopado por desprecio, sino por imitar al Señor y por sentirse indigno. Su amor a la pobreza no tiene otra motivación sino un amor profundo a Jesucristo. Asistía a los pobres. Vivía limpia y pobremente y no consiguieron cambiarle el manteo o la sotana ni aun con engaño.

Su humildad le llevó a ser un verdadero reformador. No pudieron sacarle ningún retrato. Su predicación iba siempre acompañada del catecismo a los niños; su método catequético tiene sumo valor en la historia de la pedagogía.

El celo por la extensión del Reino aparece en sus obras y palabras. Las cartas a los predicadores son pura llama de apóstol. No admitía que murmurasen de nadie. La castidad la veía en relación al sacerdocio, principalmente como ministro de la Eucaristía. La devoción a María la expresa continuamente y la aconseja a todo el mundo.

De todas sus virtudes, de su prudencia, consejo, discreción, etc., hablan sus biógrafos. Pero él conocía bien sus propios defectos y, por eso, pidió en las últimas horas de su vida que no le hablaran de cosas elevadas, sino que le dijeran lo que se dice a los que van a morir por sus delitos. A Juan de Ávila no le atraían propiamente las virtudes en sí mismas, sino el misterio de Cristo vivido y predicado.

Entregado al estudio continuo de las Escrituras y de otras materias eclesiásticas, gastando su vida en la oración, predicación y fundación de obras apostólicas y sociales, en la dirección de las almas y en la enseñanza del catecismo, en la formación de sacerdotes y futuros sacerdotes, Juan de Ávila es un maestro de apóstoles.

La figura personal y pastoral de Juan de Ávila encontró pronto eco en Italia con san Carlos Borromeo, y en Francia en la escuela sacerdotal francesa del siglo XVII. Pero su obra quedó, en parte, en la tiniebla en su aportación más profunda a la vida evangélica precisamente para el clero diocesano y la vida de perfección cristiana en las estructuras de todo el pueblo de Dios.

Su muerte

La estancia definitiva en Montilla fue especialmente fructífera. Dejó una huella imborrable en los sacerdotes de la ciudad. En una de sus últimas celebraciones de la misa le hablo un hermoso crucifijo que él veneraba: “perdonados te son tus pecados”.

Pero la enfermedad iba pudiendo más que su voluntad. A principio de mayo de 1569 empeoró gravemente. En medio de fuertes dolores se le oía rezar: “Señor mío, crezca el dolor, y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por vos”. Pero en otras ocasiones podía la debilidad: “¡Ah, Señor, que no puedo!”. Una noche, cuando no podía resistir más, pidió al Señor le alejara el dolor, como así se hizo en efecto; por la mañana, confundido, dijo a los suyos: “¡Qué bofetada me ha dado Nuestro Señor esta noche!”.

Juan de Ávila no hizo testamento, porque dijo que no tenía nada que testar. Pidió que celebraran por él muchas misas; rogó encarecidamente que le dijeran lo que se dice a quienes van a morir por sus delitos. Quiso que se celebrara la misa de resurrección en aquellos momentos en que se encontraba tan mal. Manifestó el deseo de que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia de los jesuitas, pues a los que tanto había querido en vida, quiso dejarles su cuerpo en muerte. Quiso recibir la Unción con plena conciencia. Invocó a la Virgen con el Recordare, Virgo Mater... Y una de sus últimas palabras mirando el crucifijo, fue “ya no tengo pena de este negocio”. Era el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de la muerte de Juan de Ávila, se puso a llorar y, preguntándole la causa, dijo: “Lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna”.

La persona, los escritos, la obra y los discípulos de Juan de Ávila influirán en los siglos posteriores. Hemos visto los santos y autores que estuvieron relacionados más o menos con san Juan de Ávila; casi todos ellos influenciados por sus escritos, por su persona o por su obra. Se suelen encontrar, además, vestigios de influencia místico-poética en san Juan de la Cruz y en Lope de Vega. San Francisco de Sales y san Alfonso Mª de Ligorio citan frecuentemente a san Juan de Ávila. Y san Antonio Mª Claret reconocía el bien que le hicieron los escritos de san Juan de Ávila como predicador. Su influencia es notoria en la escuela francesa de espiritualidad sacerdotal, en cuyos escritos y doctrina se inspiraron.

En 1588, Fr. Luis de Granada, recogiendo algunos escritos enviados por los discípulos y recordando su propia convivencia con san Juan de Ávila, escribió la primera biografía. En 1623, la Congregación de san Pedro Apóstol, de sacerdotes naturales de Madrid, inicia la causa de beatificación. En 1635, el Licdo. Luis Muñoz escribe la segunda biografía de Juan de Ávila, basándose en la de Fr. Luis, en los documentos del proceso de beatificación y en algunos documentos que se han perdido. El día 4 de abril de 1894, León XIII beatifica al Maestro Ávila. Pío XII, el 2 de julio de 1946 lo declara Patrono del clero secular español. Pero el maestro de santos tendrá que esperar hasta el año 1970 para ser canonizado por el Papa Pablo VI.

La iglesia de la Compañía de Montilla, donde descansan sus restos, y la pequeña casa donde vivió sus últimos años san Juan de Ávila, son centros de continuo peregrinar de obispos, sacerdotes y fieles de toda España.

La Conferencia Episcopal Española ha pedido a la Santa Sede, con motivo del centenario del nacimiento de san Juan de Ávila, que sea declarado Doctor de la Iglesia Universal. Esperamos que aquél que ha sido conocido a lo largo de los últimos cinco siglos como el Maestro, pronto le sea reconocido por la Iglesia oficial el título de Doctor y Maestro del pueblo cristiano.

Datos de:  https://www.aciprensa.com/recursos/san-juan-de-avila-4628