Hoy, 25 de noviembre, es Santa Catalina. Se dice que fue una virgen y mártir, llena de agudeza, de ingenio y sabiduría, no menos que de fortaleza, de ánimo.
Nació en Alejandría el 287, hija del rey de Sicilia Costo.
Era muy docta y elocuente, gran conocedora de la filosofía, y simpatizante de Platón. Le gustaba escuchar al obispo Pedro el Patriarca, que junto a un providencial encuentro con el ermitaño Trifón, la movieron a la conversión, de modo que pidió el bautismo y el mismo día que lo recibió, por la noche celebró desposorios místicos con Cristo, y a partir de ahí se elevó por las sendas de la religión.
El emperador Majencio (306-312), o más probablemente Maximino (308-313, que sí que era augusto de Oriente, al contrario que Majencio) acudió a Alejandría
para presidir una fiesta pagana, y ordenó que todos los súbditos
hicieran sacrificios a los dioses. Catalina entró en el templo, pero, en
lugar de sacrificar, hizo la señal de la cruz. Y dirigiéndose al emperador, lo reprendió exhortándolo a conocer al verdadero Dios.
Conducida a palacio, ella reiteró su negativa a hacer sacrificios, pero
invitó al emperador a un debate. El emperador perdió el debate, por lo
que mantuvo presa a Catalina en su palacio. Ordenó entonces llamar a los
grandes sabios del imperio para que debatiesen con ella y la ganaran.
A lo largo de la prueba del debate filosófico, los sabios
resultaron convertidos al cristianismo por Catalina, lo que provocó la
ira del emperador, quien los condenó a todos a ser ejecutados en la
hoguera. Estos sabios, dado que acababan de convertirse al cristianismo,
tuvieron miedo de morir sin ser bautizados, por lo que Catalina les
bautizó antes de su ejecución. Después, Majencio volvió a tratar de
convencer a Catalina, con promesas, para que abandonase su fe; pero, al
no lograrlo, mandó azotarla y después encerrarla en prisión. Allí fue
visitada por la propia emperatriz y por un oficial, Porfirio, que
también terminó por convertirse junto con otros doscientos soldados,
según señala la Passio.
La emperatriz nuevamente trató de interceder a favor de Catalina, pero esto enfadó al emperador, que castigó a la emperatriz. Además, mandó decapitar a Catalina, pero de la herida no salió sangre sino leche.
Y cuenta la tradición que unos ángeles llevaron su cadáver al monte Sinaí, donde sus reliquias se veneran en el monasterio de Sta. Catalina, que fue construido por Justiniano en el siglo VI.
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